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Gracias al español Emiliano Piedra y a financieros suizos, Welles pudo volver a Shakespeare en una película que es quizás su mejor obras después de Ciudadano Kane, Campanadas a medianoche (Falstaff-Chimes at Midnight, 1966). Se trata de una adaptación tan fiel y brillante que ni tan siquiera los especialistas en shakesperianos más exigentes pueden encontrarle defectos. Welles recopiló escenas de Enrique IV, Enrique V, Ricardo II y Las alegres comadres de Windsor, así como comentarios extraídos de las crónicas del historiador isabelino Holinshed, para crear un texto totalmente nuevo que podría haberse titulado "La tragedia de Sir John Falstaff".
Sin distorsionar la visión esencialmente cómica del personaje que dio Shakespeare, Welles supo crear un nuevo ser de ficción de heroico sentido del humor y gran bondad y generosidad, quizás con algunos defectos, pero finalmente trágico al negarse a comprender y aceptar la ingratitud de los grandes y poderosos. Recibió un premio técnico en el Festival Internacional de Cine de Cannes y nominada a la Palma de Oro. también fue nominada a los BAFTA en la categoría de mejor película y ganó el premio a la mejor película del Círculo de Escritores Cinematográficos de España.
A lo largo de su carrera Welles ha trabajado infatigablemente como actor, interpretando muchas veces dos y tres películas por año. Algunas de sus actuaciones, como las de Alma rebelde (Jane Eyre, 1943), El tercer hombre (The Third Man, 1949), Impulso criminal (Compulsion, 1959) y Trampa 22 (Catch-22, 1970) resultan memorables, pero todas están llenas de inteligencia y sentido del humor. Muchas veces la predisposición de Welles a aceptar papeles en películas menores o incluso a protagonizar anuncios de televisión le hicieron parecer cínico en interesado exclusivamente en el dinero. Sin embargo, su majestuosa e impecable interpretación de Falstaff demuestra que, por mucho que prostituyera su talento al servicio de creadores de segunda fila, en opinión de algunos, supo conservar intactas sus grandes dotes como actor.
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Una historia inmortal (Une histoire inmortelle, 1968), adaptación de un cuento Isak Dinisen [seudónimo de la baronesa Karen Blixen, más conocida por su obra Memorias de África (Den afrikanske Farm, 1937)] le proporcionó la oportunidad de interpretar a uno de esos monstruos a los que tanto amaba: un hombre entre Kane y Arkadin, rico y poderoso, pero atormentado por una secreta sensación de insatisfacción. Este hombre mayor, Mr. Clay, es la encarnación de la leyenda tradicional de los marineros sobre un hombre acaudalado de Macao que invita a un marinero joven a acostarse con su bella esposa (interpretada por Jeanne Moreau), y a cumplir las funciones maritales de las que es incapaz. Breve, clásica y casi perfecta, esta película fue la última historia normal que Welles logró completar.
A continuación prosiguió su peregrinaje por todo el mundo. Trabajó como actor en Waterloo (1970), del ruso Bondarchuck, y en La década prodigiosa (La decade prodigieuse, 1971), del francés Chabrol. Su voz, rica e inimitable, y su espléndida dicción le valieron ser contratado para leer el comentario de numerosas películas y así entró en contacto con François Reichenbach. De su colaboración nació la deliciosa y enigmática Fraude (Fake/Question Mark, 1973).
A continuación prosiguió su peregrinaje por todo el mundo. Trabajó como actor en Waterloo (1970), del ruso Bondarchuck, y en La década prodigiosa (La decade prodigieuse, 1971), del francés Chabrol. Su voz, rica e inimitable, y su espléndida dicción le valieron ser contratado para leer el comentario de numerosas películas y así entró en contacto con François Reichenbach. De su colaboración nació la deliciosa y enigmática Fraude (Fake/Question Mark, 1973).
Welles se sintió fascinado por algún material rodado en 16 mmm. por Reichenbach para una serie de televisión sobre grandes estafadores, en el que aparecían el famoso falsificador de obras de arte Elmyr de Hory y Cliford Irving, que se hizo célebre como autor de la falsa autobiografía de Howard Hughes. A estos dos grandes fraudes, Welles añadió los suyos propios (entre los que incluyó la transmisión radiofónica de La guerra de los mundos, que treinta años antes, había conseguido convencer a los norteamericanos de que su país habiasido invadido por los marcianos). Welles manejaba sabiamente estos materiales para conducir al espectador por un fascinante laberinto en el que la verdad y la mentira van de la mano.
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