
Para el prestigio como poeta del que Miguel Hernández goza hoy y para el estreno de la difusión internacional fue imprescindible una figura de talla tan hondamente humana como la de Vicente Aleixandre. Las cartas que este dirigió al oriolano y a su esposa permiten al lector comprender una amistad profunda a través de un epistolario que abarca cincuenta años (1935-1984).
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