En Rumanía, se ve a un joven besando a un turista. Cristalizará toda la amargura de una comunidad, escudriñada a través de una puesta en escena de notable inteligencia.
Organizada alrededor del verano, Tres kilómetros al fin del mundo (Trei kilometri până la capătul lumii, 2024), de Emanuel Parvu, se desarrolla en un paraíso natural, una pequeña isla en el delta del Danubio donde no circulan coches por senderos de arena. Oímos el cantar de los pájaros, los vecinos cortando el césped, el viento zumbando obstinadamente entre los sauces... y luego los chismes. Cuando Adi, de 17 años, recibe una paliza una noche, la investigación no tiene nada de extraordinario. Pandele, el jefe de la policía local, acompañado por el padre de la víctima, muy enfadado, llama a algunas puertas, suelta algunas lenguas y se identifica a los culpables. Los brutos locales, hijos de un mafioso de largos brazos, también admiten sin vergüenza: sí, han sido ellos.
La película de Emanuel Parvu, candidata a los Oscar por Rumanía y ganadora del festival de Sarajevo, aprovecha la amplitud de sus encuadres para detenerse en la belleza natural del río, los campos de cultivo y los juncos bañados por el agua. En medio de toda esa elegancia, el fuerte sonido del viento estival arrastra la difícil realidad personal de Adi y su ansia de huida, enfrentada a la represión familiar y social derivada de un conservadurismo religioso profundamente arraigado.
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