martes, 5 de noviembre de 2024

Diez películas (muy) buenas que no queremos volver a ver (IV)

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7. La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), de Isao Takahata

Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Seita y Setsuko son hijos de un oficial de la marina japonesa que viven en Kobe. Un día, durante un bombardeo, no consiguen llegar a tiempo al búnker donde su madre los espera. Cuando después buscan a su madre, la encuentran malherida en la escuela, que ha sido convertida en un hospital de urgencia.
Una caricatura trágica, es sorprendente. Al inaugurar el género, La tumba de las luciérnagas debería ser un hito”, escribió Bernard Génin cuando la película se estrenó en Francia en 1996. El antiguo especialista en animación de Télérama tenía razón: la obra maestra de Isao Takahata era tan “histórica” que No hemos olvidado nada de su realismo cuasi documental sobre el Japón arruinado de 1945, ni de su poesía desgarradora. Y nunca más hemos podido volver a verla desde entonces, ya que las desgracias de Sato, el adolescente huérfano, y su hermana pequeña, Setsuko, nos han dejado inconsolables.

8. Funny Games (1997), de Michael Haneke

Anna, Georg y su hijo Georgie van a pasar las vacaciones a su bonita casa a orillas de un lago. Sus vecinos Fred y Eva han llegado antes que ellos. Las dos parejas quedan para jugar al golf al día siguiente. Mientras padre e hijo preparan el velero, Anna prepara la cena. De repente, Peter, un joven muy educado que se aloja en casa de los vecinos, se presenta para pedir que le presten algunos huevos porque a Eva no le queda ninguno. De repente, Anna se pregunta cómo ha podido entrar en la casa. El joven le explica que Fred le ha enseñado un agujero que hay en la cerca.
Se pusieron guantes blancos para presentarse en esta preciosa villa, como jóvenes magos. Pero es el horror que traerán a la familia lo que les abrió la puerta... En Cannes, en 1997, la proyección de Funny Games fue una experiencia de glaciación viva, con el público helado, paralizado por la violencia. Hoy en día, esta película magistral ya no sólo es difícil de soportar: se ha vuelto imposible de ver. Si Haneke había percibido la amenaza de la inhumanidad a punto de tomar el poder, su película no la identificó concretamente, ya que los jóvenes “magos” despiadados siguen siendo figuras abstractas. Hoy, su crueldad evoca directamente la que azotó el Bataclan en 2015, y su espectáculo se convierte en un verdadero trauma.
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