sábado, 18 de enero de 2025

Muerte de David Lynch, inmenso cineasta que combinó lo monstruoso y lo sublime (I)

David Lynch
El director de Corazón salvaje (Wild at Heart, 1990) y la serie Twin Peaks (1990-1991; 2017) falleció a los 78 años, tras haber sido evacuado recientemente de su casa de Los Ángeles debido al incendio. Esteta y singular, que nunca se dejó llevar por lo fácil, había llevado muy lejos al cine americano.
El blanco y negro tiznado, el humo de las chimeneas, las cenizas y la sangre, estuvieron ahí desde el nacimiento del cine de Lynch. Recuerde la pesadilla kafkiana de Cabeza borradora (Eraserhead, 1977) y su bebé prematuro envuelto en pañales. Triste ironía: David Lynch acaba de morir, a la edad de 78 años, debido sin duda a un grave enfisema tras años de tabaquismo intenso. Cenizas a las cenizas, como decía Bowie, y este momento en el mismo momento en el que Los Ángeles sigue envuelto en llamas. Este anuncio es brutal: el autor de Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) y Carretera perdida (Lost Highway, 1997), estaba considerado un director importante entre los cinéfilos, sin duda el símbolo más hermoso de un cine decididamente plástico.
Jack Nance en Cabeza borradora (1977)
Arte total, experimental, todavía figurativo pero al borde de la desfiguración o la abstracción. No es nuevo. Godard lo había hecho antes que él pero Lynch llevó el gesto artístico más allá. A diferencia del autor de Pierrot le Fou, el esteta con aires falsos de James Stewart (sobre todo en su voz), la camisa siempre abotonada hasta el cuello, no provenía de la cinefilia ni de la vieja Europa. Pero si de la imaginación y la pintura americanas, que siguió practicando a lo largo de su vida, al igual que la fotografía, el diseño, la escultura o la música, le debemos varios álbumes, de rock industrial o electro. Y nadie puede saber hasta qué punto cada una de sus películas está hecha de una pasta sonora increíble, entre graves potentes, silbidos y free jazz estridente, creado por Angelo Badalamenti, su compositor favorito.
Laura Dern, Isabella Rossellini y Kyle MacLachlan en Terciopelo azul (1986)
Patrones recurrentes
Nacido en 1946 en Missoula (Montana), David Lynch se mudó mucho cuando era niño, a lo largo de varios estados, tras diversos traslados de su padre, investigador en biología del Departamento de Agricultura. Esta vida itinerante le trajo un sentimiento difuso de inseguridad, sintiéndose siempre un poco extranjero y de paso, dondequiera que residiera. Desde muy temprano rechazó colorear para empezar a dibujar y pintar. Este tropismo le animó a matricularse en una escuela de arte, primero en Boston y luego en Filadelfia, ciudad donde se instaló con su primera esposa y su hija, Jennifer (futura directora), siendo muy joven, a los 22 años.
Patricia Arquette y Bill Pullman en Carretera perdida (1997)
El admirador de Francis Bacon y Oskar Kokoschka pensó entonces en cambiar de medio y empezó a realizar cortometrajes muy extraños, como El alfabeto (The Alphabet, 1970) y La abuela (The Grandmother, 1970). Ya podemos vislumbrar muchos de sus motivos e ideas fijas: el sueño, la enfermedad, la metamorfosis, lo animal y lo humano, el montículo de tierra, el árbol, la indefinible materia orgánica. Es el preludio de Cabeza borradora, una película muy inquietante sobre un impresor de pelo liso (Jack Nance, un amigo íntimo que murió demasiado pronto), tan preocupado como aterrorizado por su entorno. Fobia sexual, pánico a la paternidad, obsesión por las malformaciones: esta primera película de culto es una mina de oro para los psicoanalistas. Nunca antes habíamos visto algo así, inclasificable, tan fuerte e inquietante que durante mucho tiempo no fue querido y considerado demasiado “artístico” por los cinéfilos. Pero apoyado por la vanguardia y el underground post-punk.
(cont.)

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