La sonámbula
(Título original en italiano, La sonnambula) es una ópera semiseria en dos actos con música de Vincenzo Bellini y libreto en italiano de Felice Romani, basada en un guión para una pantomima-ballet de Eugène Scribe y Jean-Pierre Aumer titulada La somnambule, ou L'arrivée d'un nouveau seigneur.
Es una de las tres óperas más conocidas y representadas de Bellini, junto a Norma y I Puritani. Es considerada una de las cumbres del bel canto romántico italiano.
Fue estrenada en el Teatro Carcano de Milán el 6 de marzo de 1831. Fue estrenada por los célebres Giuditta Pasta (mezzosoprano) y Giovanni Battista Rubini, requiriendo técnica de coloratura muy fluida y notables habilidades vocales. El rol titular de Amina (la sonámbula del título) con su alta tesitura es conocido por su dificultad, requiriendo un dominio completo de trinos y técnica florida. Con su historia y ambientación pastoral, La sonámbula fue un éxito inmediato.
La frase "Ah! non credea mirarti / Sì presto estinto, o fior" del aria "Ah! non credea mirarti" de La sonámbula está inscrita en la tumba de Bellini en la catedral de Catania, Sicilia.
Esta ópera sigue en el repertorio, aunque no está entre las más representadas; en las estadísticas de Operabase aparece la n.º 92 de las cien óperas más representadas en el período 2005-2010, siendo la 35.ª en Italia y la segunda de Bellini, con 41 representaciones.
Argumento
Acto I
- Escena I
- Un pueblo, un molino en el fondo
La plaza de una aldea de los Alpes suizos, en el siglo XIX A un lado, la posada de Lisa, hermosa mujer coqueta e intrigante, a cuyo amor aspira el joven campesino Alessio, persona de buen corazón pero sin muchos medios de fortuna. Lisa, en realidad, quiere recuperar el amor de Elvino, su antiguo pretendiente, campesino mucho más rico que Alessio, pero prometido ahora de la joven huérfana Amina, a la que la molinera Teresa acogió en su casa dándole su cariño.
Al alzarse el telón un nutrido grupo de campesinos muestra su alegría por la celebración de los esponsales de Amina y Elvino: se va a firmar el contrato nupcial y al día siguiente se celebrará la ceremonia religiosa. Lisa, la propietaria de la posada, está consumida por los celos. No soporta que el pueblo entero alabe la belleza y cualidades de su rival Amina. Alessio, encargado de organizar los festejos, es tratado con altivez por Lisa. Amina, turbada ante los elogios de todos, agradece a sus amigos sus bellos deseos y particularmente a su madrastra, Teresa, la propietaria del molino, que la ha adoptado como una huérfana. Agradece a Alessio, que ha preparado la canción nupcial y organizado las celebraciones, deseándole suerte en su cortejo de Lisa, que sigue rechazando sus proposiciones.
Llega el notario. El novio aún no se ha presentado, y a todos resulta extraño este hecho. Por fin aparece Elvino, y explica su tardanza porque se había detenido a orar ante la tumba de su difunta madre, cuya bendición desde el cielo ha implorado para su boda, y entrega a la novia el anillo que le habla pertenecido: Amina será tan buena esposa para él como su madre lo fue para su progenitor. El notario procede, y pregunta a los novios cuál es su aportación al matrimonio: todas sus tierras, Elvino; sólo su corazón, Amina, lo cual, en opinión de su amado, lo es todo.
Se oye en escena ruido de caballos. Un carruaje se detiene en la plaza, del que desciende un misterioso caballero de edad madura. Rodolfo, que así se llama el personaje, se dirige al grupo de los presentes y pregunta si falta mucho para llegar al castillo del conde, señor de aquellas tierras. Lisa, siempre calculadora, ofrece al caballero su posada asegurando que no podrá llegar más que a noche cerrada. Rodolfo acepta encantado su proposición y reconoce encantado el lugar donde, afirma, pasó hermosos días de juventud, al tiempo que se informa de las circunstancias de la boda, alabando la belleza y gentileza de la novia, que le recuerda a una muchacha a la que él amó hace muchos años; ello despierta los celos de Elvino, que debe callar ante un caballero de tanta alcurnia. Admite que estuvo una vez en el castillo, cuyo señor ha muerto hace cuatro años. Cuando Teresa explica que su hijo había desaparecido algunos años antes, el extraño les asegura que está vivo y que regresará.
Rodolfo no quiere revelar su identidad: en realidad es el conde, venido de lejos a hacerse cargo del castillo de sus difuntos padres. Teresa advierte entonces a los presentes que ya es hora de retirarse. A preguntas del conde, le explican que a esas horas suele vagar por el lugar una terrible presencia, un fantasma. Rodolfo se ríe de tal superstición, augurando para aquellas tierras la pronta desaparición del espectro. El conde se retira a descansar a la posada de Lisa; los campesinos hacen lo propio. Elvino está celoso de la admiración del extraño por Amina; está celoso incluso de las brisas que la acarician. Amina hace prometer a Elvino que olvidará sus celos injustificados. Las sombras invaden la plaza, que va vaciándose poco a poco.
- Escena II
- una habitación en la posada
El interior de la alcoba de Rodolfo en la posada. Se ve una gran ventana al fondo. El alcalde ha informado a Lisa, junto con el resto del pueblo, de la verdadera identidad de éste. Lisa le dice al extraño que ha sido reconocido como Rodolfo, el hijo del conde largamente perdido, y le advierte de que el pueblo está preparando una bienvenida formal. Mientras tanto, ella es la primera en rendirle pleitesía, deseosa de que ello le reporte algún futuro beneficio al ser la primera en presentarle sus respetos. El conde acepta encantado la visita de la posadera, en la que intuye alguna posibilidad amorosa. Ella se siente halagada cuando él comienza este flirteo, pero se escapa corriendo, perdiendo un pañuelo con las prisas, cuando oye sonido fuera.
En la ventana aparece Amina, que caminando dormida, se imagina como será su boda con Elvino. Rodolfo, dándose cuenta de que sus paseos nocturnos han suscitado la historia del fantasma en el pueblo, está a punto de aprovechar su desvalido estado pero queda conmovido ante su inocencia, la bondad de corazón de la joven, y de su hondo amor por Elvino, por lo que abandona ciertas ideas que mal encajarían con la virtud de la joven. El conde recoge el pañuelo y lo deja caer en la cama: reconoce que la joven es sonámbula. Amina se duerme en el sofá y él sale.
En ese momento se oyen las voces de los campesinos, que a pesar de la hora acuden a presentar sus respetos al conde. Lisa sale de su escondite, contempla a Amina en la habitación y comprende encantada que su rival va a perder la reputación. El conde, asustado por las circunstancias, decide marcharse de la posada y sale por la ventana, cerrándola tras de si.
Los campesinos entran y comprueban que el conde no se encuentra allí, y también que hay otra persona: una mujer. Momentos más tarde comprueban horrorizados que la mujer es Amina. Lisa señala a la durmiente Amina.
Elvino, que acaba de entrar en la habitación seguido de Teresa, creyendo que ella le ha sido infiel, la rechaza enfurecido. Ante sus gritos, Amina se despierta, se sorprende de hallarse allí, pero de nada le sirven sus protestas de inocencia: nadie la cree, y menos que nadie el celoso Elvino, que la rechaza violentamente. Amina, asustada y llorosa, busca consuelo en Teresa, la cual anuda el pañuelo de Lisa en el cuello de Amina, creyéndolo de la joven. Amina está desesperada. Todos, excepto Teresa, la abandonan.
Acto II- Escena I
- Un bosque
Nos hallamos ahora en la colina cercana al castillo del conde Rodolfo. Un grupo de preocupados campesino acuden al castillo para pedir al conde que ayude a probar la inocencia de Amina. Se encuentran por el camino con Teresa y Amina, que también acuden a solicitar la ayuda del conde. Pasa entonces Elvino, cabizbajo y ofendido Amina se acerca hasta él y le ruega que acepte sus explicaciones de honradez, pero él le quita el anillo que le había entregado, y ni siquiera las palabras de los campesinos, que regresan con la garantía de inocencia del conde, consiguen que el joven cambie su actitud, aunque no consigue apartar a su imagen de su corazón. Amina, desesperada, cae desmayada en brazos de su madre.
- Escena II
- El pueblo, como en el Acto I
De nuevo nos encontramos en la plaza de la aldea. Lisa, como de costumbre, discute con Alessio, cuyo amor sigue rechazando. Elvino ha dedidido casarse con Lisa. Aparece un grupo de campesinos que anuncian alegres la próxima boda de Lisa y Elvino: éste acude en persona a formular a Lisa su propuesta, que la joven acepta encantada sin importarle que Elvino se case con ella por despecho.
La pareja se encamina hacia el templo, pero hace su aparición el conde Rodolfo, quien asegura a Elvino que Amina es inocente. Él le pide que justifique la presencia de la muchacha en su alcoba, y Rodolfo explica a los presentes que hay personas, los sonámbulos, que caminan y contestan a quienes les hablan estando profundamente dormidos, mas nadie da crédito a sus palabras, a pesar incluso de su condición de señor de aquellas tierras. Elvino rechaza creerlo.
Al oír el griterío Teresa sale de su casa y pide a todo el mundo que se calle: Amina, al fin, ha logrado conciliar el sueño agotada. Todos obedecen. Teresa repara entonces en la comitiva y se percata de lo que está sucediendo. Lisa, cínica, le dice que se casa con Elvino porque a ella no la han sorprendido de noche en la habitación de un hombre. Teresa, indignada, muestra a todos el pañuelo que ésta perdió en la alcoba del conde, quien discretamente se queda callado, pero sigue afirmando la virtud de Amina. Lisa no sabe qué explicación dar. Elvino se pregunta sobre la existencia de la virtud entre las mujeres y del amor verdadero y pide una prueba. En ese momento Amina sale por la ventana del molino, y el conde lo indica a todo el mundo.
La joven emprende su sonámbulo paseo; corre el riesgo de caer sobre la rueda del molino, pero se salva; habla en sueños. Rodolfo advierte que despertarla será fatal, de manera que todos miran mientras ella revive su compromiso y su dolor por el rechazdo de Elvino. Ella llega sana y salva al otro lado. El conde, empujando al muchacho, le dice que haga lo que Amina le pide en sueños, y éste le devuelve el anillo. Los aldeanos estallan en gritos. Amina se despierta, y se encuentra, maravillada, en los brazos de Elvino, quien le solicita su perdón y que todos aclaman su inocencia. El canto de Amina, camino por fin del altar del brazo de su amado, concluye la ópera con la expresión de su extasiada felicidad.
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