Juan Antonio Bardem
Realizador de una
desconcertante carrera cinematográfica, su aportación al cine español, no
obstante, va a significar una importantísima vía de progreso creativo. Con
Bardem por primera vez se consigue una obra de calidad, de alcance
internacional, al nivel del cine europeo de la década de 1950.
Nacido
en el año 1922, en Madrid, en el seno de
una familia muy vinculada al teatro desde generaciones, estudió en el colegio
El Pilar, pero su vida estuvo siempre pendiente del trabajo de sus padres, que
les obligaba a recorrer las ciudades españolas con sus repertorios escénicos.
Tras
la Guerra Civil cursó los estudios de ingeniero agrónomo, titulación que
obtiene en 1948, carrera desde la que se animó a ingresar en el Instituto de
Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) que se inauguró en 1947
como centro de formación para futuros directores y profesionales del cine
español, lo que lo convierte en alumno de su primera promoción. Allí formó
grupo con Luis García Berlanga, Florentino Soria y Agustín Navarro, entre
otros. No llegó sin embargo a obtener el título finalmente (1951), por
suspender la práctica que debía presentar. Durante su estancia en el IIEC,
participó en proyectos como Paseo por una guerra antigua (1947) y Barajas,
aeropuerto internacional (1950), escribió varios guiones (como Cerco de ira
para Carlos Serrano de Osma, profesor del Instituto) y colaboró como crítico en
publicaciones como Índice, La hora y, años después, en Objetivo, revista de la
que fue cofundador (1953).
No
obstante a lo largo de este período de tiempo su formación cinematográfica va tomando
cuerpo, no sólo motivado por su experiencia docente, sino asimismo por el
ambiente que respira, en el que encuentra el contacto diario con aquellos que
comparten su misma pasión por el cine. En esta etapa suya de aprendizaje formal
y teórico adquiere enorme relevancia su personal interés por profundizar en el
fenómeno fílmico. Su conocimiento del medio se produce, pues, tanto a
través de las aportaciones del Instituto, como de su severo autodidactismo,
hecho éste que felizmente le lleva al descubrimiento de los maestros rusos, pioneros
en el análisis intelectual del montaje, así como al encuentro con el movimiento
neorrealista italiano. Ambas circunstancias son las que más poderosamente
jugarán en la formación conceptual de su cine. Desde ese momento Bardem dejará
trazadas las líneas maestras de su forma de hacer, basada esencialmente en la
integración de todos los elementos posibles en función del contexto de la imagen;
desde la puesta en escena, siempre rígida y equilibrada, hasta el tratamiento
del encuadre, minuciosamente analizado. Ello se traducirá en un cine con
frecuencia hermético, en el que será difícil apreciar signos de espontaneidad. Todo
él será un estudio detallado de cada uno de los factores que inciden sobre la narración.
Desde el punto de vista temático, por lo demás, sus películas quedarán
enmarcadas dentro de un realismo expresivo, que desnuda la trama interior,
dotada ésta de un hondo sentido crítico y social.
No
obstante, habrán de transcurrir algunos años, desde su salida del IIEC, antes
de que Bardem logre poner en práctica su acumulada experiencia cinematográfica.
Hasta entonces trabaja como guionista en algunos proyectos
que
no llegan a consumarse. Uno de ellos, sin embargo, una historia escrita
conjuntamente con Luis García Berlanga, su compañero de estudios, logra la
financiación suficiente para permitir que sea llevada a la pantalla de la mano
de ambos, codirigiendo Esa pareja feliz
(1951), una excelente película en la que se pretendía hacer una radiografía de
la España de la época. El hecho se produce gracias al nacimiento de una empresa
productora: UNINCI, en cuya constitución participa el propio Bardem, junto a un
numeroso grupo de hombres afanados en la creación de vías alternativas de
producción.
Participó
en el guión de ¡Bienvenido, Mister
Marshall! (1952), de Luis García . Berlanga (en cuya confección Miguel Mihura
participa también), producción que le planteó los primeros problemas
importantes en su carrera: un enfrentamiento con miembros de UNINCI, la
productora de la que comenzó formando parte como accionista. Fueron años en los
que Juan Antonio mostró su adhesión al Partido Comunista de España, fidelidad
que mantendría hasta el último día de su vida. Bardem inició su carrera en solitario (sin perder la
oportunidad de escribir historias para otros).
Un
año después le llega por fin a Bardem la gran oportunidad de emprender un
proyecto cinematográfico en el que él tenga la responsabilidad máxima, tanto en
el guión como en la realización, con Cómicos
(1953), película sobre el intrincado
mundo del circo en el que la felicidad y la desdicha son un todo; mundo que él
tan bien conoce, dados sus antecedentes familiares —recordemos que sus padres
eran actores—. Narrada en términos de intimismo personal, sirve para conocer
los perfiles estilísticos de su cine, que parece abrise camino con admirable fuerza.
Se dice que Cómicos es el filme más apasionadamente
suyo, en cuyas imágenes deja entrever sus más desatados e íntimos sentimientos.
Con
posterioridad a Cómicos, Bardem realiza una película de transición: Felices Pascuas (1954), historia que describe en un tono puramente neorrealista
el sórdido ambiente de los barrios humildes, sitos en las afueras de Madrid. Los
resultados, sin embargo, no serán del todo satisfactorios, pese al enorme
empeño creativo puesto en ella. De este modo, Bardem tendrá que esperar a su
siguiente obra para obtener la definitiva condición de cineasta de gran
talento. Aún así, con ambas películas demostró, aunque con ciertos
desequilibrios, que sabía dar la imagen apropiada a historias tan distantes
como el acercamiento al mundo del teatro y de las compañías de repertorio y la
comedia agridulce.
Juan
Antonio fue un profesional cuya presencia se hacía patente en todos aquellos
eventos nacionales e internacionales y proyectos que buscaban altura
intelectual. Llega así el año 1955, sin duda un momento trascendental, tanto
para su propia carrera profesional, como en general para la cinematografía española,
por cuyos intereses de progreso Bardem lucha denodadamente. Ese año tienen
lugar las Conversaciones Nacionales de
Salamanca, en las que parece confirmarse la renaciente inquietud por la cultura
de la imagen, como un medio apasionante de expresión. En su configuración
teórica y en su posterior desarrollo, la figura de Juan Antonio Bardem adquiere
una importancia decisiva. Suyos son los postulados iniciales con los que las Conversaciones
se ponen en marcha, y suyo también parte de ese «llamamiento» final apelando a
los deseos de renovación de un cine empobrecido y raquítico. Allí fue donde
dejó plasmado el famoso y discutible pentagrama sobre los defectos del cine
español, un cine que según su opinión era:
"políticamente
ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente
raquítico".
Fueron
momentos políticamente intensos, en los que los jóvenes buscaban alternativas
al cine que dominaba el panorama español de la época.
Pero
1955 fue asimismo el año de Muerte de un
ciclista, película con la que Bardem se confirma como un realizador
excepcional, y con la que obtiene un notable reconocimiento internacional. Así
lo demuestra el hecho de que la cinta
sea
seleccionada para el Festival de Cannes -muy a pesar de los estamentos
oficiales de la Administración española-, donde le es concedido el Premio
Internacional de la Crítica. Tal galardón, unido al profundo carácter crítico
de la película, convierten a Muerte de un
ciclista en el símbolo de cuantos luchan por una cinematografía distinta, y
su presencia servirá para apoyar con pruebas fehacientes las tesis sobre la
renovación.
En
esta misma línea Bardem dirige a continuación Calle Mayor (1956)-, versión
libre de La Señorita de Trévelez de Carlos
Arniches, realizada en coproducción con Francia. La película mantiene las
mismas constantes simbólicas de su obra anterior. Sus intenciones trascienden por
encima de la pura anécdota argumental. Parten de un trazo temático para luego indagar,
con sobrio realismo, en el trasfondo humano de la sociedad que intenta
describir. Calle Mayor, pues, no es
sólo la historia de una pequeña ciudad española. Es la historia de parte de la
España del momento, de esa pequeña burguesía,
cansada y anodina, que vive eternamente en el hastío, sin saber cómo escapar de
él.
La
narración de Calle Mayor se construye
esencialmente a través de dos personajes: Isabel, mujer soltera, que vive el
drama sentimental de su amarga situación, y Juan, exponente fiel de lo burgués,
quien, movido por sus amigos, declara
abiertamente a Isabel su amor, inexistente y falso. A partir de aquí la
tragedia humana que desgrana de la historia se transforma en una tragedia
social, en la que sus personajes no son solamente ellos mismos, sino que
representan una actitud crítica más generalizada. Al igual que sucediera en Muerte de un ciclista, Bardem persigue
en Calle Mayor que la apariencia deje
paso a lo evidente, que el fondo dé lugar al trasfondo. Así, Juan simboliza una sociedad
vencida por su propio engaño, mientras Isabel es la victoria que logra
sobreponerse a sus propias frustraciones.
Fotograma de Calle Mayor |
En fin, en ambas películas, el director expresó la amargura de la vida
española bajo el franquismo. La cinta obtiene asimismo una favorable acogida, consiguiendo en el Festival de
Venecia el Premio Internacional de la Crítica, Premio “Cinema Nuovo”, lo que en
cierto modo pone de manifiesto la progresión creativa de Bardem a lo largo de
estos años, quien destaca ya como un maduro realizador, conocedor profundo del medio
en el que trabaja. Estas
valientes películas irritaron al régimen. Fue arrestado durante el rodaje de
Calle Mayor, y aún permanecía en prisión cuando Muerte de un ciclista ganó el
Premio de la Crítica del Festival de Cannes de 1958.
Lucía Bosé y Alberto Closas en Muerte de un ciclista |
Muerte de un ciclista y Calle Mayor se consideran
parte de una trilogía que va a completarse con La venganza (1957), ambicioso proyecto financiado por UNINCI, cuyo
resultado final será un lamentable fracaso. La historia de la película,
retomada de una idea original que llevaba por título Los segadores, no pretende otra cosa que ser una descripción
melodramática de la vida campesina, narrada en términos de gran espectáculo. El
abandono de su concepción intimista del cine hace que la película se le vaya de
las manos, y que sus pretensiones iniciales no logren más que un efectismo
pobre y confuso. La venganza acude a
Cannes, donde pasa completamente inadvertida.
El
rotundo fracaso de La venganza favorece la marcha de Bardem a México con la
intención de abordar, en régimen de coproducción, su siguiente proyecto
cinematográfico. Sonatas (1959) resulta ser una versión simplificada de la obra
del mismo título de Valle-Inclán, y en la que parecen entreverse notables
conexiones estilísticas con Senso de
Visconti. La película, no obstante, no consigue pasar de ser una obra mediocre,
en la que de nuevo un planteamiento en función de lo espectacular ha podido con
su realizador.
Bardem se convirtió en presidente de la productora
Uninci. Fue el responsable de la producción de Viridiana (1961), de Buñuel, cuyas repercusiones causaron gran
agitación en la industria cinematográfica española: muchos perdieron su
trabajo, en tanto que la Uninci vio drásticamente reducido su marco de
operaciones.
(cont.)
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