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Tampoco
sus filmes posteriores van a permitir que Bardem salga de esa crisis creativa
en la que parece haber caído. Ya en la década de los sesenta, y hasta el ünal
de la misma, va a dirigir otras cinco películas. El período se inicia con A
las cinco de la tarde (1960), guión basado en una obra
de Alfonso Sastre, quizá lo más relevante de la película, en la que se narra el
drama humano en el mundo del toreo.
Seguirán:
- Los inocentes (1962), producción hispano-argentina rodada íntegramente en Buenos Aires, que esun baldío intento de crítica social.
- Nunca pasa nada (1963), película con la que Bardem pretende inútilmente reencontrarse con la experiencia de Calle Mayor.
- Los pianos mecánicos (1965), coproducción con Francia e Italia, que resulta ser un nuevo fracaso.
- El último día de la guerra (1968), filme del que sólo vale reseñar su título.
En general, el período comprendido entre La venganza
(1957) y El último día de la guerra (1968), Bardem abordó historias que, desde
un compromiso político, se centraron en el análisis de realidades sociales
desde la perspectiva de unos segadores, la lucha del poder en el México del XIX
o el mundo taurino. Son películas en las que no acertó creativamente hablando,
y que obtuvieron una escasa repercusión pública.
Si
los años sesenta representan la plena confirmación de su decadencia
cinematográfica, los setenta suponen su abierta integración a unas estructuras
en exceso comerciales, que en nada van a favorecer su ya tímido prestigio
personal. En realidad el nombre de Juan Antonio Bardem va a ser utilizado, en
la mayoría de los casos, como telón de fondo para amparar el relanzamiento de
artistas de impacto popular; caso de Sara Montiel, Marisol y Alfredo Landa. De
este modo inicia la década con una película, Varietés (1970), que torpemente trata de ser una continuación de la
ya lejana Cómicos, pero narrada en forma de anécdota folklórica para
encumbrar las condiciones artísticas de Sara Montiel.
Luego
vendrá La isla misteriosa (1971), película
realizado para televisión, y de no muy afortunado recuerdo; para de inmediato
dirigir una serie de dos películas que no persiguen otro objetivo que el de
demostrar la “capacidad dramática” de Marisol. La primera de ella, La corrupción de Chris Miller (1972), es
una combinación poco hábil de falsos traumas adolescentes -desequilibrio
psíquico de una muchacha violada en su juventud-, de erotismo nada elegante, y
de una irritante morbosidad que se sitúa por encima del amor y del temor
sangriento.
La
segunda de las películas realizadas con Marisol como protagonista será El poder
del deseo (1974), basada en un relato de Manuel Pedrolo —Joc Brut—, y con la
que Bardem trata sin acierto de entroncarse con el género de cine negro. La
cinta, pese a su minucioso tratamiento formal, es un producto comercial poco
elogiable, del que resulta difícil destacar algún elemento de brillantez.
Tras
El poder del deseo, Bardem se embarca
en la complicada aventura de encontrarse consigo mismo, con ese cine de
carácter testimonial por el que él tanto abogara en sus comienzos, y en el que
la certera mirada crítica se corresponde con un juicio directo de la realidad
social. No obstante, El puente
(1976), resultante final de tan arriesgada intención, será incapaz de dar respuesta
a las inquietudes previstas. Su exagerado afán por ofrecer un amplio panorama
de la sociedad española del momento la convierten en una película exhaustiva,
deseosa de contar demasiadas cosas, aun a costa de la flexibilidad
rítmica
de la narración.
Hay quizá en El puente excesivas
pretensiones, una ciega ambición que no consigue consumarse. La
película, con Alfredo Landa en la cabecera del reparto, es la historia de un
viaje en moto, aprovechando los días de descanso que permite un puente. A
partir de ahí el relato avanza por medio de la sucesión ininterrumpida y
múltiple de acontecimientos que tienen lugar a lo largo del trayecto. Así, las
más diversas circunstancias, los personajes más pintorescos, los más opuestos
estados sociales, desfilan ante la pantalla conformando un puzle enrevesado y
vertiginoso.
Alfredo Landa en El puente |
La
filmografía esta década de Juan Antonio Bardem se completa, finalmente, con 7 días de enero (1978), película basada
en los trágicos sucesos acaecidos en un despacho de abogados laboralistas —sito
en la calle Atocha de Madrid—, con la que el autor vuelve a entregarse a ese
realismo critico por el que siente honda pasión. El filme es una mezcla de cine
documental y de ficción, donde los hechos tienen una reconstrucción alternativa,
utilizando material real y material expresamente filmado para la película. En 7 días de enero Bardem quiere ser de
nuevo testimonio de su envolvente perspectiva social. Si no lo logra
plenamente, al menos recupera con firmeza la línea de sus viejos ideales, lo
cual significa recuperar la esperanza en un contradictorio e imprevisible
realizador.
A
partir del inicio de los años ochenta se volcó en diversas producciones para
televisión, tanto capítulos de series como Jarabo (1985), una producción de
Pedro Costa para La huella del crimen, y series como Lorca, muerte de un poeta
(1987) y El joven Picasso (1991). Buena parte de las películas de Juan Antonio
Bardem fueron seleccionadas para los mejores festivales de cine internacionales
(Cannes, Venecia, Berlín, etc.). La venganza (1957) fue nominada para el Oscar
a la mejor película extranjera.
En 1986 recibió la Medalla de Oro de las Bellas
Artes. En 2001 recibió el Goya Honorífico de la Academia de las Artes y las
Ciencias Cinematográficas de España. En 2002 escribió sus memorias con el
título Y todavía sigue. Memorias de un hombre de cine. Tras su muerte, acaecida
ese mismo año a la edad de 80 años, la Asociación de Directores de Cine le
concedió el premio de honor en la XVIII Edición.
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