Los grandes estudios y la aparición de los géneros cinematográficos
La consolidación de los grandes estudios conduce a cierta rigidez en los sistemas de producción y a la pretensión de ser autosuficientes a todos los niveles. Sin embargo, desde los primeros pasos sonoros, la direccionalidad productiva en cada uno de estos estudios facilita la aparición de concepto de «género», dando origen a la especialización productiva en cada uno de ellos que arrastran consigo un determinado estilo creativo, característico y definitorio. La labor de conjunto está por encima de las visiones particularizadas por eso prevalece la figura de la entidad sobre cada una de las personas que elaboran una película. El musical, el western, la comedia, el cine negro, son algunos de los géneros que se desarrollan como tales a partir de este momento.
Los sistemas de producción
¿Fueron los grandes estudios un intento honesto de
dinamizar Hollywood, o simplemente la consecuencia del deseo de construir un
imperio de magnates del cine sin escrúpulos y locos por el poder?
Entre la década de los treinta y la de los cincuenta, la
producción norteamericana de películas estuvo totalmente dominada por un puñado
de empresas de Hollywood: la Paramount[1],
la Metro Goldwin Mayer (o simplemente
MGM)[2], la Warner Brothers (o Warner Bros)[3], la 20th Century Fox y la RKO[4].
Denominadas con frecuencia las “cinco grandes o las majors”, no eran simplemente compañías de producción y distribución
internacional de películas, sino que poseían además grandes circuitos de
exhibición, controlando así el negocio cinematográfico entero, desde la
producción hasta la exhibición.
En la “segunda división” se encuentran otros dos estudios,
Universal[5]
y Columbia Pictures Industries, Inc.[6],
y una empresa de distribución, la United
Artists[7]
(conocidas como las pequeñas, “little”,
dentro de los grandes estudios). Estas compañías diferían de las grandes en que
no tenían cines propios, o sólo unos cuantos. Sin esa posibilidad de control,
no tenían garantizado el estreno o contratación de sus películas, por lo que no
les quedaba más remedio que esperar las fechas que les dejaban libres los cines
de las cinco grandes o tratar con exhibidores independientes. Pero United Artists se diferenciaba de todas
las demás empresas en algo crucial: no era un estudio, sino una compañía
distribuidora creada en 1919 por Mary Pickford, Douglas Fairbanks, Charlie
Chaplin y D. W. Griffith, con el fin de lograr un mayor control sobre la
comercialización de sus películas.
Había finalmente un grupo de estudios menores, conocidos
colectivamente como los “pobres o minors”,
que se especializaron en películas de la serie B. De todos ellos, sólo Republic Pictures[8] y Monogram Pictures Corporation[9]
(que se transformaría posteriormente en Allied
Artists Corporation[10]),
duraron lo suficiente como para dejar alguna huella en la Historia del Cine.
Pero la financiación de la industria cinematográfica no
provenía de Hollywood, sino de Nueva York. Wall Street había consolidado su
control sobre las grandes empresas cinematográficas durante la crisis financiera
de finales de los veinte y comienzos de los treinta, cuando el coste de los
equipos de sonido y de la adquisición de salas dejaron prácticamente sin recursos
a la mayoría de ellas. Coincidiendo con el inicio de la Depresión, el número de
espectadores de cine descendió en casi un 50 por ciento, y es muy posible que,
sin el fuerte apoyo de los financieros de la Coste Este, algunos estudios hubieran
finalmente desaparecido.
Pero fue en la Costa Oeste donde los extravagantes y
legendarios magnates de la industria habían levantado sus “fábricas de sueños”,
creando mediante empresas individuales toda una estructura que llegó a ser
conocida como el “sistema de estudio”. Este sistema era un intento de realizar
películas de la manera más eficiente y ordenada posible. Los estudios no sólo
tenían bajo contrato a directores, actores principales, secundarios y
guionistas, sino también a operadores, directores artísticos, encargados de
efectos especiales, montadores y compositores, y todos ellos debían ajustarse a
los deseos y necesidades del estudio, cualesquiera que éstos fueran.
Los únicos individuos que realmente contaban dentro del
sistema eran los grandes magnates y los “jóvenes-prodigio” encargados de la
producción: en la MGM, Louis B.
Mayer e Irving Thalberg; en la Warner,
Jack L. Warner; en la Columbia,
Harry Cohn y en la 20th Century Fox,
Darryl F. Zanuck. En la RKO se
nombró jefe de producción al joven David O. Selznick (en octubre de 1931), y se
le concedió carta blanca para que llevase a cabo la fusión de la empresa con Pathé. Pero la intromisión de uno de
los financieros de la RKO hizo que
O. Selznick se marchase pronto y se pasase a la MGM.
No obstante, incluso allí se sintió coartado por la benevolente
vigilancia de su suegro. Louis B. Mayer, y, en 1935, la abandonó para formar
una empresa independiente. Posteriormente, y también en la RKO, otro jefe de producción, Dore Schary, que había tenido el
acierto de promocionar a jóvenes directores de talento, como Robert Wise y
Edward Dmytryk, se vio expulsado de su
puesto por el último propietario de la compañía, el excéntrico millonario
Howard Hughes.
Los problemas de la Universal
durante la década de los treinta se debieron fundamentalmente a la afición de
su director, Cari Laemmle, a la práctica del nepotismo[11]. Como
fundador de la empresa, se permitió el lujo de regalarle a su hijo el puesto de
jefe de producción con motivo de haber cumplido los veintiún años. La fe de Laemmle
en la juventud era disculpable pues, en 1920, había encargado a Irving Thalberg
(que tenía sólo 20 años), que llevase el estudio. No obstante, Thalberg se
había pasado a la MGM y había dejado la Universal a los Laemmle. Carl Laemmle
Jr. puso en marcha un memorable ciclo de películas de terror, que se inició con
Drácula (Dracula, 1931) de Tod Browning y El doctor
Frankenstein (Frankestein, 1931) de James Whale y continuó con El hombre invisible (The
invisible man, 1933) y La novia de Frankenstein (Bride of
Frankenstein, 1935), las dos dieigidas por James
Whale, pero la producción de la empresa no era lo suficientemente resistente
como para soportar los embates de la Depresión y, con el tiempo, tanto el padre
como el hijo se vieron obligados a renunciar a sus cargos.
Irving Thalberg fue el que inauguró en la MGM el sistema de responsabilidad
delegada que habría de convertirse en modelo para los restantes estudios. Louis
B. Mayer se ocupaba de tratar con los actores temperamentales, de buscar nuevos
talentos, de darle la bienvenida a los huéspedes importantes y de pronunciar grandes
discursos. Mientras tanto, Thalberg, que odiaba la publicidad y se negaba a
aparecer en los títulos de crédito, elegía las películas y se ocupaba de que se
llevasen a cabo.
A cada proyecto le asignaba un supervisor (como Albert
Lewin, Bernard Hyman, Hunt Stromberg o Lawrence Weingarten), que trabajaba en
el guión con los guionistas y seguía atentamente la producción de la película.
Thalberg solía vigilar el guión, pero por lo general no veía los rushes[12]
o fragmentos rodados cada día. Creía, sin embargo, que “las películas no se
hacen, sino que se rehacen”, por lo que se
interesaba mucho por las reacciones del público en las llamadas previews o pre-estrenos, volviendo a
montar o incluso a rodar partes de una película hasta que éstas le pareciesen
completamente satisfactorias.
Tras la prematura muerte de Thalberg, ocurrida en 1936,
Mayer reinó solo en el estudio hasta 1948, y estimuló la formación de un
sistema colectivo de adopción de decisiones en lugar de permitir que un único
jefe de producción dominase todo el estudio. La MGM poseía bases muy sólidas, y era sin duda alguna el estudio más
rico en profesionales de talento: contaba con un personal fijo compuesto por veinte
directores, setenta y cinco guionistas y doscientos cincuenta actores, y sus
beneficios anuales oscilaban entre 4 millones de dólares (en un año malo) y 10
millones en un año bueno.
Bajo la disciplina paternalista de Mayer, la MGM se convirtió en algo así como “una
gran familia”, y los miembros que sacaban los pies del plato se veían llamados
cortés pero enérgicamente al orden. Mayer creía, por ejemplo, que las estrellas
debían comportarse como la realeza y, en cierta ocasión, criticó acerbamente a
un actor por compartir su mesa en el comedor del estudio con un empleado de
poca monta. Se enorgullecía de producir “películas limpias” y para todos los
públicos.
Darryl F. Zanuck había sido guionista antes de verse
ascendido a jefe de producción de la Warner.
Fue él quien lanzó el cine de gánsteres y los musicales que lograron mantener
el éxito de la compañía tras el primer “boom” de las películas habladas de la Vitaphone[13].
Zanuck y Jack Warner se entendían muy bien entre sí, pero la mezquindad del
segundo hizo que Zanuck presentase la dimisión y que se viese reemplazado por
Hall B. Wallis. Wallis supo satisfacer los deseos de ahorro de Jack Warner con
una audaz elección de supervisores, directores y guionistas.
Cualquier persona contratada por la Warner debía trabajar casi sin descanso; un director como Michael Curtiz
llegó a rodar a comienzos de la década de los treinta hasta cinco y seis
películas al año. Un actor como George Brent apareció en el transcurso de 1932
en hasta siete películas distintas.
Encerrados en sus despachos, los guionistas de la Warner se pasaban más tiempo intentando
burlar las detallistas regulaciones de Jack Warner que perfeccionando o dando
forma a sus guiones. Cuando, en un intento por conseguir que trabajasen más,
les prohibió que hiciesen llamadas a la calle desde sus teléfonos, el
departamento entero formó una imponente cola delante de él para llamar desde la
única cabina telefónica que había en todo el edificio.
El sistema “fabril” o de trabajo en cadena de Jack Warner
provocó algunas disputas famosas. Estrellas como Bette Davis o James Cagney
protestaron por el tipo de películas que se veían obligados a hacer. Bette Davis
se marchó a Inglaterra, esperando poder hacer allí mejores películas, pero la
Warner ganó su demanda ante los tribunales y se vio obligada a regresar. Cagney
consiguió trabajar en dos películas independientes; pero tanto uno como otra
volvieron finalmente al redil, aunque con la satisfacción de que se les
ofreciesen papeles más sólidos.
Otra crítica al sistema de estudio formulada por los actores
se refería a la práctica de añadir a la fecha de expiración del contrato el
tiempo pasado en estado de suspensión de empleo y sueldo. Olivia de Havilland, por
ejemplo, demandó a la Warner por esta razón (a lo largo de su contrato de siete
años, se la había suspendido de empleo y sueldo hasta seis veces por negarse a
trabajar en determinadas películas). Ganó el juicio, pero permaneció un año
entero alejada de los estudios mientras se resolvía el caso.
En la Paramount,
la creatividad gozaba de mayor libertad. De hecho, la compañía llegó al extremo
de encargar la dirección del estudio a un artista de reconocido prestigio,
Ernst Lubitsch. Desgraciadamente, no tuvo mucho éxito en su gestión, por lo que
volvió pronto a dirigir películas. A finales de los treinta, determinados
directores, como William Wellman y Mark Sandrich, se vieron autorizados a
producir sus propias películas. El estudio también ofreció la oportunidad de
dirigir a algunos guionistas. Preston Sturges realizó El Gran McGinty (The Great McGinty, 1940), y Billy Wilder empezó su carrera como
director con El mayor y la menor (The Major and the Minor, 1942).
El funcionamiento del sistema de estudio en la RKO dependía en gran medida de quién estuviese
al frente del mismo. Cuando se nombró jefe de producción a George Schaefer,
contrató a Orson Welles y a los Mercury Players y les dio una libertad sin
precedentes. El resultado fue Ciudadano
Kane (Citizen Kane, 1941). No obstante, la política
seguida por Schaefer no resultó rentable. Su sucesor, Charles Koerner, puso fin
a las actividades de Welles en el estudio. Aunque Welles no se sintió nunca
cómodo dentro de ningún estudio, se vio especialmente molestado y perseguido por
un jefe de producción de la Columbia
llamado Jack Fier durante el rodaje de La
dama de Shanghai (1948).
Los estudios Columbia
estaban bajo la férula de Harry Cohn, un hombre conocido por sus tacos y desplantes.
En los años treinta, su figura de mayor valía era Frank Capra, cuya película Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937) pertenecía a toda una serie de títulos de ese mismo
director que proporcionaron prestigio y cuantiosos beneficios a la empresa. El
éxito de esta película sirvió para atraer a otros magníficos directores, como
John Ford, Howard Hawks y George Stevens.
En los años treinta, la Columbia carecía de grandes estrellas:
Cohn tuvo que pedir prestados a Clark Cable de la MGM y a Claudette Colbert de
la Paramount para Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934)
de Frank Capra y a Edward G. Robinson de la Warner para Pasaporte a la fama (The
Whole Town's Talking, 1935) de
John Ford. Afortunadamente, durante los cuarenta y los cincuenta, la Columbia
promocionó a algunas estrellas propias, como Rita Hayworth y Jack Lemmon.
Pero, se diga lo que se diga sobre Harry Cohn, no cabe
negar que llevaba el cine en la sangre. No fue él, sino su hermano Jack quien
provocó la salida de Capra de la empresa al no permitirle realizar The Life of Chaplin en color.
El estatus de Darryl Zanuck después de abandonar la
Warner era tal que el millonario Joe Schenck decidió poner a su disposición una
empresa totalmente nueva, la 20th
Century Productions. Al principio, se limitó a producir películas y
distribuirlas a través de la United
Artists, pero, en 1935, se fusionó con la desfalleciente Fox Film Corporation[14],
y la nueva compañía, la 20th Century Fox[15],
empezó a producir sus propias películas en su propio estudio y a ocuparse de su
distribución.
Entre los llamados “pobres” dos estudios destacaron del
resto: Monogram se hizo famoso por
las películas en episodios como las de Charlie Chan (a partir de una historia
original adquirida a la 20th Century Fox),
y las de los Dead End Kids (idea que tomó
prestada de la Warner). La Republic podía sin embargo codearse con
las grandes gracias al contar con John Wayne como actor contratado. Tras
prestarle para La diligencia (1939),
que hizo de él una gran estrella, la Republic
explotó su imagen en Mando siniestro
(The Dark Command, 1940)de Raoul Walsh , aunque para
ello tuviese que pedir prestado a un director (Raoul Walsh de la Warner), y a un co-protagonista (Walter
Pidgeon de la MGM) para asegurarse
una película de calidad.
El poderoso jefe de la Republic, Herbert J. Yates, contaba también con otras estrellas del
“western” como Gene Autry y Roy Rodgers, pero con las películas que ganó
realmente dinero fueron con las de John Wayne, hasta que Yates se echó atrás en
el proyecto largo tiempo acariciado por éste de rodar El Álamo (1951), con lo que perdió a su mejor estrella. Yates
también perjudicó a la Republic
insistiendo en que Vera Ralston (que había de convertirse luego en Sra. Yates),
protagonizase casi todas las películas de la compañía a pesar de su dudoso
atractivo para los espectadores. El veterano director del estudio Joseph Kane
recordaba: “La Republic era una sociedad
anónima propiedad de los accionistas, pero Yates hacía lo que mejor le parecía
y los accionistas pintaban menos que un nativo de Timbuctú.”
A finales de los cuarenta, las “cinco grandes” se vieron
presionadas por el gobierno para descomponer su control monopolista sobre el
mercado en unidades menores. Al mismo tiempo, aumentaba el número de estrellas
y directores dispuestos a buscar proyectos independientes en los que trabajar.
En esas circunstancias, era inevitable que empezase a derrumbarse el monolítico
sistema de producción seguido hasta entonces por los estudios. La producción
declinó, y ya no resultaba factible tener a tantos artistas contratados y
cobrando regularmente todas las semanas; era mejor contratarlos cuando fuese
necesario.
Sólo la Universal
se aferró a los métodos tradicionales y siguió produciendo películas
convencionales para su nueva generación de estrellas: Rock Hudson, Tony Curtís,
Jeff Chandler y, tras abandonar la Warner, Doris Day.
United
Artists pasó a nuevas manos en 1951 después de que los miembros
fundadores que habían logrado sobrevivir, Charles Chaplin y Mary Pickford,
vendieran todas sus acciones. En el nuevo clima de producción que se estaba
dando, United Artists logró grandes
beneficios financiando en parte y garantizando la distribución de sus proyectos
a toda una serie de cineastas independientes. Otto Preminger, que produjo y
dirigió El hombre del brazo de oro (The Man With the Golden Arm, 1956), describe así el ambiente de la United Artists de después de la guerra:
“Sólo la United Artists posee un
sistema de producción verdaderamente independiente... Se dan cuenta de que un
productor independiente tiene su propia personalidad. Una vez de acuerdo sobre
la propiedad básica; es decir, la película proyectada, y siempre que se les
consulte el reparto, dejan todo lo demás al criterio personal del productor.”
Tras la II Guerra Mundial, cuando no hubo más remedio que
separar la propiedad de las cadenas de cines de la actividad de producir
películas, el escalafón de Hollywood reflejó la pérdida de la ventaja económica
hasta entonces detentada por las cinco grandes. Ahora, la Columbia, la Universal y
la United Artists podían codearse
con ellas y todas las productoras cinematográficas se encontraban en idéntica
situación para hacer frente a la batalla que se avecinaba con la televisión.
El sistema de producción de los grandes estudios no fue
nunca lo suficientemente rígido como para justificar la etiqueta de “producción
en cadena” que algunas veces se les atribuyó, pero no cabe la menor duda de que
cada uno de ellos poseía un estilo propio.
No obstante, aunque es cierto que la Warner se especializó en películas vigorosas y realistas, la MGM en musicales y comedias de alta
sociedad, mientras que, al menos en sus películas de los años treinta, la Paramount favorecía una sofisticación
casi europea, y la Universal pasó de las películas de terror en los treinta a
las aventuras en Technicolor en los
cuarenta, no cabe negar que cada uno de estos estudios realizó también toda una
serie de películas que contradecían la imagen que se tenía de ellos.
Cuando se dice que cada estudio poseía un determinado estilo
visual, se suele estar refiriendo uno al look
de una película; es decir, a algo que dependía de los métodos de laboratorio
utilizados por cada uno de ellos. Un montador experimentado podría decir a primera
vista a qué estudio pertenecía una película limitándose a fijarse en el “grano”
del blanco y negro o en los tonos del color.
Una guía más sencilla, pero menos fiable, para averiguar
a qué estudio pertenece una película dada, consiste en fijarse en qué actores
trabajaban regularmente en él. Por ejemplo, a Tyrone Power se le identificaba
con la 20th Century-Fox, a Alan Ladd con la Paramount, a Clark Gable con la MGM, y lo mismo ocurría con toda una serie de actores secundarios o
de reparto e incluso técnicos.
Lo que es innegable es que el sistema de producción de
los grandes estudios favorecía la consecución de altos niveles de calidad
técnica. La mayoría de las películas independientes rodadas durante los años treinta
y cuarenta parecen muy pobres en comparación, pues carecen de los grandes
repartos y los costosos decorados que los grandes estudios podían permitirse.
El único adelanto verdadero producido en el cine desde la
desaparición de los estudios ha sido la mayor libertad temática, y cabe
preguntarse si no se hubiese dado también de no haber ocurrido. Incluso en 1960,
uno de los mejores directores de Hollywood, y un hombre marcadamente
independiente, John Huston, contemplaba con melancolía la decadencia del viejo
Hollywood: “No estoy seguro de que las cosas no fuesen mejores entonces.
Algunas de las peores películas de mi carrera han sido realizadas desde que disfruto
de total libertad creadora”.
[1]
Fue fundada el 18 de diciembre de 1908.
[2]
El nombre nace de las tres compañías que formaron una fusión corporativa para
crear MGM Studios el 16 de abril de 1924; Metro
Picture Corporation (fundada en 1915), Goldwyn
Pictures Corporation (fundada en 1923), y Louis B. Mayer Pictures (fundada en 1918). Louis B. Mayer se
convirtió en jefe del estudio e Irving Thalberg en jefe de producción. Su lema
es Ars Gratia Artis (Arte por el arte mismo)
y su emblema, creado en 1928, es un característico león.
[3]
El nombre corporativo se debe a los cuatro fundadores, los hermanos Warner,
Harry Warner (1881–1958), Albert Warner (1883–1967), Sam Warner (1887–1927) y
Jack Warner (1892–1978). En 1904, fundaron la Warners Pittsburgh. En 1923, se incorporó formalmente como Warner Bros Pictures, Inc.
[4]
La RKO (Radio-Keith-Orpheum) fundada
en octubre de 1928, producto de la fusión del circuito de teatro de Keith-Albee-Orpheum (KAO) (1882) y los estudios Film Booking Offices of America (FBO) de Joseph P. Kennedy (1917) bajo el control de Radio Corporation of America (RCA) (1909).
[5]
La fecha oficial de su nacimiento
fue el 8 de junio de 1912.
[6]
Creada el 10 de enero de 1924, a partir de la CBC Film Sales Corporation fundada el 19 de mayo de 1919 por Harry
Cohn, Jack Cohn, y Joe Brandt.
[7] Fue
fundada el 5 de febrero de 1919 por cuatro grandes de Hollywood: Charles
Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Wark Griffith. El motivo era
desafiar el poder de los grandes estudios de la época.
[8]También
conocida como Republic Entertainment,
Inc., fundada en 1935.
[9]
Se creó a principios de 1930 de dos empresas anteriores, Rayart Producciones de W. Ray Johnston (rebautizada Raytone cuando llegó el sonido) y Sono Wide Pictures Art-Trem Mundial de
Carr.
[10]
Creada en 1946.
[11]
El nepotismo es la preferencia para dar empleos a familiares o amigos, sin
importar el mérito para ocupar el cargo, sino su lealtad o alianza.
[12]
Material revelado y copiado, sin ningún tipo de efecto de laboratorio y sin
editar. Su visionado (por lo general, diario) permite chequear el resultado de
la jornada de rodaje y decidir si algún plano debe volver a filmarse.
Posteriormente al visionado es empleado por el montador para ir haciendo la
copia de trabajo o copión de trabajo.
[13] Compañía
dedicada al sonido utilizado en las películas, fundada en 1926 por Bell Telephone Laboratories y Western Electric y adquirida luego por Warner Bros.
[14] La
compañía fue fundada por William Fox en 1915.
[15]
31 de mayo de 19351 , unión de Fox Films (fundada en 1915) y 20th Century
Pictures, Inc. (fundada en 1933).
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