Simone Weil,
nace en el seno de una familia hebrea intelectual y laica: su padre era un
médico renombrado y su hermano mayor, André Weil, un matemático brillante.
Estudia
filosofía y literatura clásica, es alumna de Alain (Émile Chartier). A los 19
años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en
la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su
carrera docente en diversos liceos.
En uno de sus escritos
autobiográficos, Simone de Beauvoir comenta sobre ella: “Me intrigaba
por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una
terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó
la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dotes
como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo
entero”.
Al comienzo de
los años treinta parte por algunas semanas a Alemania y a su regreso escribe
algunos artículos donde expresa con lucidez hacia dónde se dirige Alemania. A
los 23 años es transferida del liceo donde trabajaba por encabezar una
manifestación de obreros cesantes. Los problemas con los superiores de los
liceos se suceden, por cuestiones políticas y de metodología docente, lo que
significa que una y otra vez será transferida de liceo.
Conoce a León
Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y la
doctrina marxista.
A los 25 años,
abandona provisionalmente su carrera docente, para huir de París y durante los
años 1934 y 1935, trabaja como obrera en Renault: "Allí recibí la marca
del esclavo", dirá. En 1941, ya en Marsella, trabaja como obrera
agrícola. Piensa que el trabajo manual debe considerarse como el centro de la
cultura y sostiene que la separación creciente a lo largo de la historia entre
la actividad manual y la actividad intelectual ha sido la causa de la relación
de dominio y poder que ejercen los que manejan la palabra sobre los que se
ocupan de las cosas.
Pacifista
radical, luego sindicalista revolucionaria, finalmente llegará a pensar que
sólo es posible un reformismo revolucionario: los pobres están tan explotados
que no tienen la fuerza de alzarse contra la opresión y, sin embargo, es
absolutamente imprescindible que ellos mismos tomen la responsabilidad de su
revolución. Por eso es necesario crear condiciones menos opresivas mediante
avances reformistas para facilitar una revolución responsable, menos
precipitada y violenta.
Sindicalista de
la educación, se muestra a favor de la unificación sindical y escribe en la
revista La escuela enmancipada. Antiestalinista, participa desde
1932 en el Círculo comunista democrático de Boris Souvarine a quien ha conocido
por intermedio de Nicolás Lazarévitch. Participa en la huelga general de 1936.
Milita apasionadamente por un pacifismo intransigente pero, al mismo tiempo, se
compromete en la columna anarquista Durruti en España que lucha contra
Franco dentro del bando republicano español. Es periodista voluntaria en
Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Allí aprende a usar el
fusil pero nunca se atreve a dispararlo. De esta cruda experiencia, le queda el
amargo sentimiento de la brutalidad y del sinsentido de la guerra.
Lúcida sobre lo
que está sucediendo en Europa nunca tuvo demasiadas ilusiones de las amenazas
que desde el comienzo de la guerra se cernían sobre ella y su familia. Su
familia estaba en grave peligro de ser clasificada como no-aria, con las
consecuencias del caso. Irónicamente, Weil no tuvo formación judía alguna. Sus
escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos. Su
posición frente al judaísmo y a la identidad comunitaria judía es de rechazo
explícito y total, lo cual ha resultado en que haya sido acusada de
"auto-odio" por estudiosos de perspectiva sionista.
Cuando en 1940
es obligada a huir de París y refugiarse en Marsella, escribe permanentemente
para exponer una filosofía que se quiere proyecto de reconciliación (siempre
dolorosa) entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el
humanismo griego.
En 1942, visita
a sus padres y hermano en Estados Unidos, pero rechaza para ella ese estatuto
que siente como demasiado confortable en tiempos tempestuosos. Parte hacia
Inglaterra para incorporarse a la resistencia pero sólo consigue trabajar como
redactora en los servicios de Francia Libre, liderada por el General Charles de
Gaulle. En julio de 1943 deja de pertenecer a esta organización.
Es en este
período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de
Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o
el de Blas Pascal la noche del Memorial. Sin embargo, permanecerá a las puertas
de la Iglesia, en la orilla. Es una cristiana que plantea preguntas embarazosas
a los cristianos y será rechazada por los teóricos de la Iglesia, que la acusan
de no haber comprendido bien la historia de la misma.
Esta dimensión
de rechazo de la fuerza que asimila con la violencia es una constante de su
pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la
no-violencia preconizada por Gandhi –que ella juzgaba más reformista que
revolucionaria- se encontrará muchas veces con Lanza del Vasto.
Enferma de
tuberculosis, se dice que se deja morir en el sanatorio de Ashford, Kent,
Inglaterra, falleciendo el 24 de agosto de 1943. Deseosa de compartir las
condiciones de vida de la Francia ocupada por la Alemania nazi, es posible que
no se haya alimentado lo suficiente, lo que podría haber agravado su
enfermedad.
Todas sus obras
aparecieron después de su muerte, editadas por sus amigos. Desde entonces, ha atraído
la atención creciente de literatos, filósofos, teólogos, sociólogos y lectores
corrientes por su ética de la autenticidad y la rara combinación de lucidez,
honestidad intelectual y desnudez espiritual de su escritura.
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