Superando el tono estático y
teatral de las primeras películas sonoras, este innovador director volvió a
dotar al cine de movimiento y, al cabo de seis años, había realizado también el
primer largometraje de ficción en Technicolor.
Rouben Zachary Mamoulian nació en Tifflis, Armenia, el 8 de octubre de 1897, durante la época
del Imperio zarista.
Su
primitiva carrera teatral lo llevó primero a Londres (1922) y luego a Nueva
York, para continuar su carrera como director de teatro y ópera. Tras dirigir
una serie de montajes escénicos de éxito, incluyendo Porgy de DuBose Heyward (1927) y Porgy and Bess (1929) junto a George Gershwin, Mamoulian fue
contratado por los jefes de producción de la Paramount, Jesse Lasky
y Walter Wanger. Recuerda
así los acontecimientos que rodearon al rodaje de su primera película sonora y una
de las primeras películas sonoras de la historia, una de las obras que sentaron
las bases del cine musical moderno. Aplauso
(Applause, 1929):
“Durante cinco semanas, me
dediqué a recorrer los Estudios Astoria de Nueva York, donde rodé Aplauso para la Paramount, fijándome en
todo y haciendo montones de preguntas. Al final de ese período, me dirigí a
ellos, y les dije -Ya estoy listo-.
En aquellos primeros días
del sonoro, la gente creía que las películas debían ser todas diálogos, hablar,
hablar, hablar. Pero yo quería hacer las cosas que no podía hacer sobre un
escenario. Deseaba utilizar una cámara móvil, pero eso era imposible, porque la
cámara, el operador, el director, el ayudante de cámara y probablemente los
ayudantes del director estaban todos amontonados en una especie de casa sobre ruedas.
Y todo el sonido se grababa en una sola pista, el micrófono lo captaba todo,
incluso lo que uno no quería. Si en escena aparecía una carta, había que
remojarla antes del rodaje, para que no crujiese estruendosamente.
Los problemas empezaron al
tercer día. Yo quería rodar una escena entera en un solo plano. Es aquélla en
que la madre, interpretada por Helen Morgan, se sienta al lado de su hija y le
canta el único tipo de canción que conoce: un número de variedades, pero como
si se tratase de una nana. Mientras canta, la niña pasa las cuentas de un
rosario y reza una oración. Me dijeron que no podíamos grabar las dos cosas, es
decir, la canción y la oración, con un micrófono y en una sola pista, y yo le contesté
al técnico de sonido: -¿Por qué no utilizar dos micrófonos y dos pistas y
mezclarlas luego durante el tiraje de copias?-. Por supuesto, esa es una
práctica generalizada hoy en día, pero el técnico de sonido y el operador,
George Folsey, dijeron que era imposible. Me puse como loco. Tiré el megáfono
al suelo (en aquella época todos los directores seguían usando megáfonos) y me
dirigí corriendo a la oficina de Mr. Zukor. Estaba con Mr. Lasky y Monta Bell cuando
entré como una tromba diciendo: -Oiga, aquí nadie hace lo que le pido...-.
Así pues, Zukor bajó a los
estudios conmigo y les ordenó que me obedeciesen, y a las cinco y media de la
tarde ya habíamos logrado rodar dos tomas. Al día siguiente me dirigí al
estudio muy nervioso. Al parecer, a las siete y media de la mañana se había
efectuado una proyección secreta del material rodado el día anterior, y todo el
mundo estaba tan complacido con el resultado que lo habían enviado
inmediatamente a una convención de ventas de la Paramount.”
Desde
el principio, Mamoulian sorprendió a todo el mundo con su estilo peculiar de
hacer cine. Otro de sus logros, fue el primero que logró insonorizar el sonido
de la cámara para que no se entrometiera en el diálogo de los personajes.
Todavía
bajo contrato con la Paramount, Mamoulian se trasladó a Hollywood para rodar una
película de gangsters, Las calles de la
ciudad (City Streets, 1931),
basada en un relato de Dashiell Hammett, en la que inventó lo que llegó a ser conocido
como el monólogo interior: “Shakespeare utilizaba los soliloquios para dotar de
expresión oral a los pensamientos. Luego, el soliloquio se quedó anticuado.
Pero se trata de un medio expresivo maravilloso, así que decidí utilizar un
primer plano de Sylvia Sidney, sola en la cárcel, y sobreimpresionar sobre él
todas sus impresiones y recuerdos. Una vez más, todo el mundo insistió en que
era imposible y en que el público no comprendía nunca lo que estaba ocurriendo.
Argumenté que en el cine mudo se había utilizado la estilización, los símiles,
la poesía visual y que el público los había aceptado. ¿Por qué no en el sonoro?
Eso es lo que quise hacer con el sonido y, posteriormente, con el color. Como
es lógico, este empleo de pensamientos audibles sobre un primer plano mudo se
ha convertido actualmente en una convención fílmica...”. Esta película le dió
la oportunidad de asentar las bases del género policíaco junto a unos
jovencísimos pero ya consagrados Gary Cooper y Sylvia Sidney.
Refiriéndose
a su trabajo en el teatro, Mamoulian revela su afición a los estilizados
efectos de producción:
“A finales de la década de
los veinte monté Porgy, pero no el
musical, sino la obra de teatro original, con un reparto compuesto íntegramente
por negros. En aquella época, Broadway
se interesaba únicamente por el realismo... pero yo utilicé una técnica
totalmente estilizada...
En la obra había una escena
por la mañana, el momento de despertarse, lleno de ruidos domésticos in crescendo: un hombre roncando,
martillazos, una mujer barriendo, alguien que sacude almohadas, alguien
afilando un cuchillo, etc., y yo lo llevé todo como una sinfonía: primero como
un ritmo de cuatro por cuatro, luego de seis por ocho y, finalmente, sincopado,
terminando con un ritmo de charlestón a pleno volumen... Luego desarrollé y
perfeccioné la idea en Ámame esta noche (Love Me Tonight, 1932), película que le permitió magnificar el
merecido éxito de las operetas románticas filmadas con la pareja Jeanette
MacDonald y Maurice Chevalier.
Con la ayuda de un
metrónomo, cronometró todos los ruidos de la ciudad de París al despertarse
para el principio de la película. Quería que el humo que salía de las chimeneas
lo hiciese a intervalos “musicales”, pero no podían lograrlo. Joe Youngerman,
en aquel momento encargado de los efectos especiales de la película, vio mi
desesperación y resolvió el problema. Todavía no sé cómo lo hizo.”
Mamoulian
describe también sus experimentos con los movimientos de cámara y el color en El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and
Mr. Hyde, 1931):
“No quería que Hyde
apareciese como un monstruo. Hyde no es malo, sino sólo la parte primitiva y
animal de nosotros; mientras que Jekyll es un hombre culto que representa el
intelecto. Hyde es como el hombre de Neanderthal, y el maquillaje de Fredric
March estaba destinado a mostrarlo así. El problema más grave era el de cómo
hacer las transiciones, y me pasé días y días reflexionando sobre él. ¿Cómo
podía mostrar la transformación de hombre en monstruo sin cortes ni mecánicos
fundido-encadenados? ¿Sin imágenes congeladas? De repente se me ocurrió una
idea.
El secreto de la
transformación del doctor Jekyll en Mister Hyde en un único plano continuado, sin
cortes y sin rebobinar la película en la cámara para permitir la aplicación de
maquillaje adicional, radicaba en el uso de transparencias de color que iban
revelando gradualmente más y más del maquillaje del actor. Como es sabido un
filtro rojo absorbe los tonos rojos y revela todos los demás, mientras que un
filtro verde logra el efecto contrario. Basándonos en ese principio, fuimos
poniendo delante de la cámara filtros graduados de color, uno detrás de otro,
permitiendo así que la película virgen fuese captando partes sucesivas del maquillaje de Fredric
March. Era todo bastante primitivo, pues los filtros habían sido hechos a mano,
pero funciono.
El hombre y el monstruo es una de les películas más
representativas del cine del terror de la década de 1930. Para muchos, se trata
de la versión más compleja y lograda jamás rodada sobre la celebérrima novela
de Robert Louis Stevenson, y la única cinta del género fantástico que ha sido
galardonada con un Oscar al mejor actor (Fredric March). En definitiva, con
este título Mamoulian se encarama a los primeros puestos en cuanto a directores-estrella
del Hollywood de los años 30 del siglo XX (junto a Lubitsch, Cukor, Ford,
Stevens o Wyler).
En
1933 rueda una de las cimas del cine romántico de todos los tiempos: la épica La reina Cristina de Suecia (Queen Christina).
En ella, la mítica actriz sueca Greta Garbo llega a un verdadero virtuosismo
interpretativo en su exploración de la soledad íntima del personaje, y dota de
vida propia a una reina incomprendida por su corte y aquejada del deseo de ser
libre sin dejar de ser fiel a sí misma. Pero las escenas más conmovedoras y
recordadas del film son las que la emparejan con él no menos mítico John
Gilbert, su amante durante años en la vida real, con el que ya deslumbrara en
el cine romántico mudo en El demonio y la
carne (1926), de Clarence Brown. Ambos dan rienda suelta a la pasión de sus
respectivos personajes, y escenifican a la perfección la experiencia amorosa en
unas pocas escenas.
Pese
a todo lo anterior, Mamoulian no despega de cara a la crítica, y empieza a ser
un director menospreciado frente a otros compañeros de generación. Tras dos
experiencias menos felices:
El cantar de los cantares (The Song of Songs, 1933), con Marlene Dietrich). A la muerte de su
padre, Lily deja su hogar y se traslada a Berlín con su tía. Allí, conocerá a
Richard, un joven escultor a quien servirá de inspiración.
Vivamos de nuevo (We Live Again, 1934). Una producción de Samuel Goldwyn basada nada menos que
en la novela Resurrección de Leon
Tolstoy. En ella, un príncipe ruso se enamora de una humilde sirvienta. Los
intrigantes de la corte harán que el gobernante parezca dominado por los
encantos de la muchacha. Dicha novela ya había sido llevada al cine en 1909 por
David W. Griffith, que solventó el gran volumen del texto en tan solo diez
minutos de metraje. Vivamos de nuevo
supuso el debut americano de la actriz ucraniana Anna Sten (1908-1993),
demasiado limitada por su acento extranjero y su exagerada forma de actuar para
triunfar en la industria de Hollywood. Tras algunas películas intrascendentes
en los 40 y su paso por la televisión, acabó retirándose del negocio del cine
en 1964.
En
los siguientes años va recogiendo éxitos de taquilla realmente relevantes como La feria de la vanidad (Becky Sharp, 1935)
célebre adaptación de la famosa novela de William Thackeray y una cinta
legendaria por ser la primera rodada totalmente en Technicolor, donde hace
brillar a la actriz Miriam Hopkins en una de las interpretaciones de su vida).
A propósito ella, Mamoulian comentó:
“La
feria de las vanidad,
mi primera película en color, debía haber sido originalmente dirigida por
Lowell Sherman. Sherman rodó durante dos semanas y luego falleció. Entonces
recurrieron a mí... Mi idea era la de empezar la película lo más cerca del blanco
y negro que fuera posible, y luego ir potenciando cada vez más el color según
fuese aumentando el contenido dramático de la historia. Me encontré con la
traba de que los oficiales del ejército británico de aquella época llevaban uniformes
rojos; pero, aparte de eso, reduje los colores al mínimo posible...”
En
1936 rueda el destacado western El alegre
bandolero (The Gay Desperado), donde
revalida su maestría para la dirección de actores. Agradable film de aventuras,
construido a la medida del entonces popular cantante Nino Martini, en el que
Mamoulian parece esbozar el borrador de lo que unos años más tarde sería la
admirable El signo del Zorro. No todo
funciona con la misma perfección, pero hay una serie de apuntes que evidencian
la elegancia de su director.
En
1937 sería La furia del oro negro (High, Wide, and Handsome). Pennsylvania,
1859. Sally Waterson y su padre han dejado la ciudad con su espectáculo de
medicina de viaje, pero cuando su carro se prende fuego, se encuentran varados.
Son acogidos por la señora Cortlandt y su nieto, Peter, que está tratando de
establecer un gasoducto que suministrara petróleo por todo el estado. Sally y
Peter pronto se enamoraran.
Y
dos años más tarde, el bienintencionado pero envejecido acercamiento al mundo
del boxeo en Sueño dorado (Golden Boy, 1939,) de la mano del
prestigioso dramaturgo Clifford Odets en el guion, etc. Interpretada por Barbara
Stanwyck, Adolphe Menjou y un jovencísimo William Holden. Un joven con vocación
de violinista entra en el mundo del boxeo para conseguir algo de dinero y, sin
darse cuenta, empieza a alejarse de su verdadero sueño. El padre intenta
recordarle que su pasión es la música, pero al hijo no le resulta tan fácil
emprender ese camino. Nominada al Oscar: Mejor banda sonora original.
En
1940 comienza una segunda época, en su momento no muy considerada por crítica y
público pero actualmente muy revalorizada, con El signo del zorro (The Mark
of Zorro), remake de la inolvidable obra maestra del cine mudo realizada
por Fred Niblo y Douglas Fairbanks en 1920, que abre la puerta al estrellato a
un joven Tyrone Power notablemente caracterizado y fascinantemente enfrentado
al gran Basil Rathbone en una de esas escenas míticas del cine de aventuras de
capa y espada. Don Diego de la Vega regresa a California, y encuentra su pueblo
natal sojuzgado por la tiranía y a su padre, el alcalde, destituido. Disfrazado
como El Zorro, un héroe que oculta su verdadera identidad detrás de una máscara
y que se viste totalmente de negro, luchará para restituir el poder a su padre
y devolver el dinero de los impuestos robado por los villanos. Sin embargo, se
siente atraído por la hija del líder de los tiranos. En la línea del más
clásico cine de aventuras, Rouben Mamulian consigue uno de los espectáculos más
entretenidos de todos los tiempos. El Zorro es un personaje creado por el
novelista Johnston McCulley en su novela The
curse of Capistrano y se convirtió en todo un éxito popular. El personaje
conocería muchísimas adaptaciones cinematográficas, de las cuales ésta es la
más mítica (mientras que la más, digamos, estimulante, quizá sea la de Antonio
Banderas). El protagonista está soberbiamente interpretado por Tyrone Power,
todo un ídolo del cine de aventuras. Pero también, gran parte del mérito es de
uno de los mejores villanos de la historia del cine, el mítico Basil Rathbone.
Linda Darnell, por su parte, es la perfecta heroína. Producciones como ésta
hicieron de Hollywood una fábrica de sueños para toda la familia; se trata de
un filme repleto de trepidantes escenas de acción.
Y, su
excelente versión de la obra de Blasco Ibáñez Sangre y arena (Blood and
Sand, 1941), donde brinda una brillante escenografía, dirección de actores
y pulso narrativo que hacen que supere en más de un concepto la más popular
pero también endeble versión que dio la vuelta al mundo en 1922 protagonizada
por Rodolfo Valentino. Tratando sobre la vida de un torero: Juan Gallardo es un
maestro del toreo que pronto empieza a acumular éxitos. Tras casarse con su
novia de toda la vida, Carmen, Juan empieza a codearse con importantes
personalidades y aristócratas, entre los cuales se encuentra Sol, una despampanante
y rica femme fatale con la que inicia
una tumultuosa relación que no le traerá más que sufrimiento. Basada estéticamente
en la obra de grandes pintores españoles (Sorolla, El Greco, Velázquez...). Se
considera, por tanto, una película antirrealista, En palabras de su director:
“El Greco no habría aprobado
un examen de anatomía de primer grado. Yo tenía un crucifijo y lo pinté de
azul, gris y verde; y, cuando no podía lograrlo con la iluminación, mandaba
pintar sombras en los decorados. En la escena de la capilla, a la que el
torero, interpretado por Tyrone Power, acudía a orar antes de la corrida, tanto
él como su cuadrilla aparecían con los rostros normales cuando lo que yo
hubiese querido es que hubiesen tenido el aspecto de personajes de El Greco; es
decir, las caras verdosas y azuladas. Colocamos filtros de gelatina delante del
objetivo y los rostros se volvieron mitad verdes, mitad azules, el ayudante de
dirección me dijo: "Sale horrible." Pero lo rodamos así y la escena
resultó perfecta en la pantalla.
Zanuck afirmó que la
película tenía el mejor color que había visto nunca. Utilicé lo que llegó a
conocerse como la ‘paleta Mamoulian’, con hasta dieciséis colores diferentes, y
yo personalmente aplicaba los últimos retoques a los decorados...”
En
1942 dirige Anillos en sus dedos (Rings on Her Fingers). Susan Miller
trabaja detrás del mostrador en unos grandes almacenes Sus sueños son ropa
bonita y el glamour que nunca puede aspirar a tener. Un par de estafadores se
hacen pasar por la madre y el tío de una chica bonita con el fin de estafar
millonarios. Convencen a Susan de que tiene la posibilidad de cumplir todos sus
sueños, y el trío se dirige a Palm Beach. Susan conoce a John que dice que está
buscando comprar un velero. Creen que él es millonario, los estafadores tratan
de venderle un barco que no es suyo, y se apropian de sus ahorros. Hay una
petición de boda y la trama se complica. Agradable comedia de Rouben Mamoulian,
con una pareja tan estimulante como la que conforman Henry Fonda y Gene Tierney.
En
1944, Mamoulian se centra en el proyecto de la adaptación de Laura, en la que
iba a ser su segunda colaboración con la actriz Gene Tierney tras la comedia
romántica de enredo Anillos en sus dedos, pero se va por diferencias con el
productor, es Otto Preminger el que la acaba convirtiéndola en obra maestra. Por
desgracia para Mamoulian, no sería el único film que no acabaría. Durante el
resto de la década de los 40, se vuelca en la dirección teatral con obras
musicales de enorme éxito en Broadway como Oklahoma!
(1943), Carousel (1945) y Lost in the Stars (1949).
En
1948 dirige Summer Holiday, versión
cinematográfica de la obra de Eugene O'Neill Tierras vírgenes (Ah, Wilderness!) en la que Mickey Rooney
interpreta a Richard Miller, un joven de un barrio de clase media de Danville,
Connecticut, que vive con su familia y se enamora de la chica de al lado,
Muriel. El padre de ella se opondrá a la relación pues el joven no dejará de
compartir con su amada sus ideas revolucionarias. Remake en clave musical de
una famosa película de 1932 Extraño intervalo
(Strange Interlude) de Robert Z.
Leonard.
Cuatro
año más tarde, en 1952, rueda parcialmente Corazón
salvaje (The Wild Heart AKA Gypsy Blood). Versión reeditada de la película
de 1950 Gone to Earth, en la cual se
añadieron un tercio de escenas nuevas por orden expresa del productor David O.
Selznick, debido a un desacuerdo con uno de los directores de la original,
Michael Powell. Las nuevas escenas fueron dirigidas y guionizadas por Rouben
Mamoulian, e incluyen un nuevo prólogo, partes explicativas y más planos de
Jennifer Jones. Para esta versión también se eliminaron algunas partes que no
eran suficientemente dramáticas. Si bien Gone
to Earth no fue estrenada en España, si lo hizo esta nueva versión bajo el
título de Corazón salvaje.
La
última película rodada por él fue La
bella de Moscú (Silk Stockings, 1957),
que señaló el prematuro final de su carrera cinematográfica, en la que siempre
había sido uno de los pioneros. Nina Yoshenka, severa emisaria, soviética, es
enviada a París, para que unos camaradas no sucumban ante las tentaciones del
capitalismo. Fred Astaire protagoniza esta versión de un musical de Broadway,
inspirado en Ninotchka. El film volvió a
reunir a Astaire con la elegantísima Cyd Charisse. Ambos ofrecen números
musicales deliciosos, todos ellos escritos por Cole Porter, como Silk Stockings Fated To Be Mated, Red Blues
o The Ritz Roll And Rock, entre
otros. Destaca la presencia del veterano Peter Lorre en un divertido papel. Mamoulian
había logrado refinar su arte hasta tal extremo que, en definitiva, el único
tema de La bella de Moscú era el color y el movimiento. Había creado una
película puramente musical:
“Contaba con dos de los
mejores bailarines del mundo (Fred Astaire y Cyd Charisse), y lo que me
interesaba era dar más importancia a la danza que a la acción en sí, que no era
sino una repetición de la de Ninotchka. El desarrollo psicológico y dramático
se producía sólo en los bailes... Y lo que quería era utilizar la danza para
mostrar el avance de la historia de amor de los protagonistas.”
Aunque
empezó a rodar Porgy and Bess (1959) y
Cleopatra (1963), Mamoulian dejó
ambas películas por desacuerdos con el productor. La incapacidad de Hollywood
para comprender la valía de este hombre culto e inventivo representó una triste
pérdida para el cine.
Alejado
ya de la vida cinematográfica se dedicó a la dirección teatral hasta su
retirada a principios de los 70. Murió en 1987 de muerte natural en Woodland
Hills (California) a la edad de 90 años. Consiguió una estrella en el Paseo de
la Fama de Hollywood en el 1709 de Vine Street.
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