jueves, 7 de noviembre de 2013

Efemérides de cine: Una aventura de Sherlock Holmes

El 6 de noviembre de 1932 se estrenó Una aventura de Sherlock Holmes (Sherlock Holmes), de William K. Howard. Protagonizada por Clive Brook, Miriam Jordan, Ernest Torrence, Herbert Mundin, Reginald Owen.

Sinopsis argumental: Una secuencia inicial intensa es la clave de una película intensa (o al menos, un buen indicio de ello). El maléfico Prof. Moriarty (encarnado por el escocés Ernest Torrence, villano habitual de la pantalla silente) expone un amenazador discurso durante el proceso judicial en que lo condenan a ser ejecutado en la horca por sus crímenes. Moriarty profetiza que, dado que aún no se fabricó la cuerda que lo colgaría, aquellos que lo investigaron, aprehendieron y juzgaron, es decir Sherlock Holmes, el inspector Gore-King (Alan Mowbray, meses antes de encarnar a Lestrade en A Study In Scarlet) y el juez de la Corona Erskine (C. Montague Shaw), todos sin excepción, morirían de manera violenta. Investigando un cañón de rayos capaz de aniquilar los automóviles de los rufianes y a punto de contraer matrimonio con una acomodada y bella joven de sociedad (Miriam Jordan), Sherlock Holmes es alertado de la sangrienta fuga del Prof. Moriarty (que la cámara muestra vía un montaje expresionista). El primero en desaparecer es el juez y Holmes posterga su virtual retiro de la investigación criminal (y su boda), para indagar el paradero en base a una carta de suicidio encontrada en el escritorio del funcionario. Holmes encuentra el cadáver, pendiendo de una soga en un gabinete secreto y deduce que no fue suicidio sino el astuto primer asesinato de Moriarty. Frente a un escéptico Gore-King, Holmes explica el peligro desencadenado por Moriarty al funcionario Sir Albert (Claude King). En tanto el genio del mal se oculta en un museo de cera donde recluta a cuatro peligrosos hampones de cuatro diferentes puntos cardinales. Su proyecto es instaurar en los barrios bajos de Londres el sistema de "protección" que los gangsters tienen bien montado en, por ejemplo, Chicago, de donde proviene uno de los rufianes, Mr. Jones (Stanley Fields). Para llevarlo a cabo se propone deshacerse de Gore-King y Holmes y para ello, su mente privilegiada pergeña un plan infernal: Holmes debe matar a Gore-King, ser arrestado, juzgado y pagar con su vida en el patíbulo por tal homicidio. Luego de recibir una corona floral, Holmes se convence que en cualquier momento tendrá una visita nada formal ni amistosa del citado Jones, así que obliga a su leal asistente Watson (Reginald Owen) a marcharse para proteger a su prometida. Resulta que el que llega no es Jones sino Gore-King y Holmes no duda en disparar ante la primera sombra que baja las escaleras. Moriarty y sus secuaces observan a Holmes saliendo esposado de la finca de Baker Street. ¿Será el triunfo final de Moriarty? 
Dos pronunciados pasos de comedia, entre un cantinero y su cliente (el ocurrente Herbert Mundin y Frank Atkinson) y una caracterización femenina de Holmes frente a su futuro suegro (Ivan Simpson) son velozmente diluidos en emocionantes episodios de violencia o de suspenso. El realizador William K. Howard también sale airoso de otra cuestión que podría haber perjudicado el trámite narrativo, como la breve presencia en pantalla de Watson (pocos meses más tarde Reginald Owen encarnaría él mismo a Holmes en la citada Un estudio en rojo (A Study in Scarlet), en comparación con la amplia dosis de parlamentos del Pequeño Billy (Howard Leeds), que encarna a un simpático valet de Holmes que termina teniendo peso en el desenlace. El permanente ambiente de sombras e iluminación proclive a la penumbra, mérito del valioso DF George Barnes, contribuye a dos o tres secuencias climáticas y ominosas, por ejemplo, la citada fuga de Moriarty dejando un tendal de muertos o a Holmes acechando a los villanos. En tanto el nudo argumental, mayormente inspirado en la obra teatral del influencial William Gillette y en el relato La Liga de los Pelirrojos de Sir Arthur Conan Doyle, va conectando intriga tras intriga con las menores dosis permitidas de previsibilidad. Oportunas irrupciones de acompañamiento musical realzan y vigorizan los momentos tensos y permiten destacar la, decíamos, intensa performance de Torrence, que preanuncia docenas de futuros villanos de voz aterciopelada, ademanes modosos y brutalidad sutil pero perceptible.

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