El 27 de diciembre de 1954 se estreno Atila (hombre o demonio) (Attila), dirigida por Pietro Francisci y protagonizada por Anthony Quinn, Sophia Loren, Henri Vidal, Claude Laydu, Irene Papas, Colette Régis, Ettore Manni, Eduardo Ciannelli, Georges Bréhat, Christian Marquand, Anthony Pawley. Coproducción Italia-Francia.
Sinopsis argumental: La acción tiene lugar entre los años 445 y 452. Rua, rey de los hunos, al morir (434) deja el reino a sus sobrinos Bleda y Atila, hijos de Mundzuk, que comparten el gobierno hasta la muerte (445) de Bleda. Atila es recordado por su belicosidad y crueldad. Atila y sus guerreros arrasan el norte de Europa, reduciendo a todo el que se atreva a oponerse a ellos. Sólo la proverbial entereza del Papa Leon I convencerá a Atila de abandonar su devastador saqueo de la Península italiana...
Comentario: El film suma los géneros de drama, histórico y peplum. Los productores aportan un equipo profesional cualificado, con Aldo Tonti y Giuseppe Rotunno en la fotografía, Ennio de Concini en el guión, Leo Cottozzo en el montaje y un plantel de actores y actrices liderado por la entonces poco conocida Sophia Loren. Atila se presenta como un ser humano complejo en el que caben los sentimientos de afecto, amor y ternura. Como rey cree que la estrategia militar de su imprerio ha de basarse en la guera y no en el diálogo y el pacto. Como jefe militar cree que la guerra no admite componendas con la piedad y la compasión. Por lo demás, la película atribuye a Atila la responsabilidad de sus estretegias, excluyendo de la misma a Bleda y al pueblo huno. La cultura del pacto había proporcionado a los hunos tratados muy favorables tanto con el Imperio Romano de Oriente como con el de Occidente, ambos tributarios de los hunos.
La narración se ajusta a las referencias históricas disponibles, las complementa con hipótesis razonables y opta claramente por un tratamiento realista, en ocasiones hiperrealista, que acentúa el verismo aún a costa de mostrar la textura de cartón-pedra en la que se apoya. No hay lugar para el surrealismo, la magia, la fantasía y las fuerzas ocultas o del más allá. El relato no está exento de solemnidad y de cierta grandilocuencia, posiblemente como consecuencia de la tajante seriedad, tal vez excesiva, que se impone el director. Sólo en algunas secuencias puntuales se hace presente la maldad: muerte en cruz de un religioso, asesinato de Bleda. Otras escenas, también puntuales, evocan el sentido trágico: paseo de Atila a caballo con el hijo en brazos por el campo de batalla convertido en campo de desolación y la muerte de Gala Placidia en plena soledad. Es memorable el encuentro de Atila y el papa León I en las afueras de Roma.
La música, de Raoul Kraushaar y Enzo Masetti, acompaña la narración visual con apuntes descriptivos que refuerzan y amplían el sentido de la acción. Destaca el canto del aleluya que acompaña al encuentro de Atila y León I. La fotografía, de Riccardo Pallottini y otros, ofrece elegantes movimientos de cámara, "travellings" impresionantes (el inicial sobre el poblado destruido por los hunos) y lances de acción bien filmados y montados con habilidad. Correctas interpretaciones del americano Quinn, el francés Henri Vidal, la griega Irene Papas y el italiano Ettore Manni.
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