Si es cierto, como dijo el escritor español Juan José
Millás, que "cada vez que desaparece una palabra, desaparece una zona de
la realidad", también vale lo contrario. Podríamos decir, entonces, que
cuando surge una palabra y cuando –en tanto comunidad de lengua– empezamos a
usarla, se destaca, se define, cobra entidad algo de la (imaginada o empírica)
realidad.
Muchos lingüistas han ido a fondo con esta idea. Conocida es
la hipótesis de Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, que afirma que existe una
relación entre el léxico y las categorías gramaticales que una persona usa y la
forma en que esa misma persona entiende y conceptualiza el mundo. Así, una
lengua que tiene menor número de tiempos verbales que otra vuelve a sus
hablantes menos conscientes del paso del tiempo; y un idioma, como el de los
esquimales, que ofrece un menú de casi 20 nombres para denominar lo que en
español es solo "nieve" por supuesto que permite, a quien lo habla,
diferenciar rasgos físicos y sensoriales de esa materia que otros hablantes no
podrían ni percibir. Todo esto lleva a creer que cuando uno aprende un idioma
(de niño, a través de sus mayores, o en cualquier edad, cuando quiere conocer
otra lengua) lo que absorbe –junto con los sustantivos, las preposiciones, las
formas de indicar pluralidad y trascurso temporal– es una determinada forma de
ver el mundo.
Por eso, es interesante conocer y contrastar cómo algunas
lenguas han concebido la realidad. Porque si todas las lenguas tienen un
término para "mujer" o para "mesa", no todas tienen una
forma de indicar 'la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles',
como sí el japonés con su palabra "komorebi"
o el modo de nombrar 'la sensación de suspensión de la noción de realidad y en
consecuencia descreimiento que puede ocurrir al leer o escuchar una buena
historia', de la que habló mucho Borges, con casi tantas palabras como las
usadas, en lugar de poder decir, simplemente, como admite el urdu, "goya". Como vemos aquí, en este
delicioso listado (en inglés) de palabras intraducibles y únicas, estas
denominaciones, inexistentes en español, se dan en otras lenguas.
Y, a la vez, no todas las lenguas transmiten lo mismo acerca
de una realidad relativamente común: para el español, "añoranza"
procede de una nostalgia por una ausencia (en última instancia, por un "no
saber de", por eso su parecido a "ignorar", palabra con la que
tiene raíz común); para el alemán, en cambio, "heimweh", el término equivalente, indica literalmente 'dolor
de hogar'.
Fuente: Librosenred (www..librosenred.com)
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