martes, 17 de diciembre de 2013

Palabras

Si es cierto, como dijo el escritor español Juan José Millás, que "cada vez que desaparece una palabra, desaparece una zona de la realidad", también vale lo contrario. Podríamos decir, entonces, que cuando surge una palabra y cuando –en tanto comunidad de lengua– empezamos a usarla, se destaca, se define, cobra entidad algo de la (imaginada o empírica) realidad.
Muchos lingüistas han ido a fondo con esta idea. Conocida es la hipótesis de Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, que afirma que existe una relación entre el léxico y las categorías gramaticales que una persona usa y la forma en que esa misma persona entiende y conceptualiza el mundo. Así, una lengua que tiene menor número de tiempos verbales que otra vuelve a sus hablantes menos conscientes del paso del tiempo; y un idioma, como el de los esquimales, que ofrece un menú de casi 20 nombres para denominar lo que en español es solo "nieve" por supuesto que permite, a quien lo habla, diferenciar rasgos físicos y sensoriales de esa materia que otros hablantes no podrían ni percibir. Todo esto lleva a creer que cuando uno aprende un idioma (de niño, a través de sus mayores, o en cualquier edad, cuando quiere conocer otra lengua) lo que absorbe –junto con los sustantivos, las preposiciones, las formas de indicar pluralidad y trascurso temporal– es una determinada forma de ver el mundo.
Por eso, es interesante conocer y contrastar cómo algunas lenguas han concebido la realidad. Porque si todas las lenguas tienen un término para "mujer" o para "mesa", no todas tienen una forma de indicar 'la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles', como sí el japonés con su palabra "komorebi" o el modo de nombrar 'la sensación de suspensión de la noción de realidad y en consecuencia descreimiento que puede ocurrir al leer o escuchar una buena historia', de la que habló mucho Borges, con casi tantas palabras como las usadas, en lugar de poder decir, simplemente, como admite el urdu, "goya". Como vemos aquí, en este delicioso listado (en inglés) de palabras intraducibles y únicas, estas denominaciones, inexistentes en español, se dan en otras lenguas.
Y, a la vez, no todas las lenguas transmiten lo mismo acerca de una realidad relativamente común: para el español, "añoranza" procede de una nostalgia por una ausencia (en última instancia, por un "no saber de", por eso su parecido a "ignorar", palabra con la que tiene raíz común); para el alemán, en cambio, "heimweh", el término equivalente, indica literalmente 'dolor de hogar'.
Fuente: Librosenred (www..librosenred.com)

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