viernes, 3 de enero de 2014

Biografías de cine: Buster Keaton (V)

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A pesar de sus acrobacias, Buster Keaton no ha pasado a la historia del cine como especialista, sino como creador de un personaje tragicómico, como uno de los actores cómicos más fascinantes de todo el cine mudo. Como si estuviesen su propia vida privada, en sus películas muestra los tormentos de un joven estoico, normalmente, aterrorizado por un padre que le desprecia, o ignorado por una muchacha que no repara en sus méritos, y que, sin embargo, gracias a su tenacidad, ingenio y valor (el peligro físico no parece afectarle jamás), consigue abrirse camino y conquistar la respetabilidad social.
En su denotad lucha contra las fuerzas del mal, su resistencia a la adversidad, su estoicismo frente a las desgracias y catástrofes, el enigmático rostro de Keaton no parece reflejar la menor emoción, no prometer ni negar nada, convirtiéndose así en uno de los grandes mártires de la pantalla. Pero, al mismo tiempo, posee una asombrosa habilidad para adaptar la tecnología a sus propias necesidades: En El navegante (The Navigator, 1924), utiliza una caldera como dormitorio, un pez espada a modo de protección, una langosta como llave inglesa.
En El rostro pálido (The Paleface, 1922) recurre a un traje de amianto para no morir quemado en la hoguera.
Como recompensa a su ingenio (así como a su evidente bondad e inocencia, la providencia parece estar siempre de su parte, salvándole al final de The Balloonatic (1923).
O ha yendo que, cuando la fachada de un edificio cae sobre él, se encuentre milagrosamente en la posición de una ventana, en un increíble plano de El héroe del río (que, según se dice, ni el propio operador de cámara fue capaz de mirar por el visor mientras se rodaba), quedando totalmente cubierto de polvo, pero incólume.
Cuanto mejores eran las películas de Keaton, más fríamente las recibía el público. Aunque El maquinista de la General (The General, 1926))es considerada hoy como una obra maestra, cuando se estrenó fue un desastre. 
Por el contrario, las mediocres comedias que rodó para la Metro Goldwin Mayer a comienzo de la década de 1930, casi siempre haciendo pareja con Jimmi Durante, como El amante improvisado (The Pasionate Plumber), Piernas de perfil (Speak Easily), ambas de 1932, y Queremos cerveza (What No Beer, 1933), y que el propio Keaton despreciaba, tuvieron un gran éxito de taquilla. Para consolarse y huir de una industrias que le resultaba cada vez más incomprensible se dio a la bebida, pasando por largos períodos de alcoholismo y trabajando cada vez en papeles más cortos, escribiendo gags para otros... hasta que gracias a El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) y Candilejas (Limelight, 1952), el público comenzó de nuevo a fijarse en él. 
Luego encontró refugio en la televisión, y, durante los diez últimos años de su vida pudo desenvolverse con cierto desahogo económico gracias a anuncios televisivos, espectáculos televisados y apariciones en directo que hicieron que los espectadores comenzasen a sentir curiosidad y a interesarse por unas películas  que, en el momento de su estreno, habían pasado casi inadvertidas.
Buster Keaton y Charles Chaplin en Candilejas (1952)

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