Si El ingenioso hidalgo Don Quijote
de la Mancha hubiera dejado la pomposidad en el camino y solo se
hubiera titulado "Quijote" o, peor (delatando ya el contenido)
"Los desvaríos de Alonso Quijano" , ¿sería un clásico tan inolvidable
para todos nosotros? Si Cien años de soledad hubiera sido
publicado como (supongamos) Genealogía de los Buendía o Vida en Macondo,
¿habría resultado tan completamente logrado como lo es así, tal como está?
Si Las mil y una noches, se
llamara, como en una traducción inglesa, (Arabian
Nights, "Las noches
árabes"), ¿sería lo mismo? Seguramente no, porque faltaría, como señalaba
Borges, ese efecto –el de transmitir la idea entera del infinito a partir de un
número concreto– que lo convierte, en sus palabras, en uno de los títulos
"más hermosos del mundo".
Las mil y una noches, Barcelona, 1868 |
Es que el título es una parte
breve, sí, pero decisiva de cualquier obra escrita. Es lo primero que puede
cautivar al lector e incide sin duda en cuán memorable se vuelve el libro.
Hay títulos inolvidables de
estilos muy distintos. Por ejemplo, hay títulos intrigantes, aquellos que, más
que describir, recortan u opacan contenido y nos seducen mediante la curiosidad
a preguntarnos insistentemente ¿de qué tratará este libro?, ¿cómo puede
llamarse así?, ¿a qué puede estar haciendo referencia? Porque ¿quién se puede
representar qué hay detrás de No toda es vigilia la de ojos abiertos,
de Macedonio Fernández? ¿Qué puede anticipar la oración condicional Si
una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino? ¿Y el inquietante Solo
vine a hablar por teléfono, otro título de García Márquez, esta vez de
un relato? ¿Qué pregunta peregrina es la de Phillip K. Dick ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?? ¿Y la de ¿Acaso no matan a los caballos?,
de Horace McCoy? ¿Qué puede significar El hombre que fue jueves, de
Chesterton? (¡Ser hombre y ser un día de la semana es un contrasentido!). ¿A
cuento de qué viene –sin duda, remata una opinión vehemente– que Es
más de lo que puedo decir de cierta gente, de Lorrie Moore? Finalmente,
¿qué esconde la enfática negatividad de Nadie nada nunca, de Juan José Saer?
No sabemos en ninguno de los casos: hay que empezar a leer para quitarse la
curiosidad.
También están los títulos
intertextuales, que citan otros célebres. Como el de Cortázar La
vuelta al día en ochenta mundos (y que invierte ingeniosamente La
vuelta al mundo en 80 días, de Verne) y el reverso humorístico de El
amor en los tiempos de cólera, de García Márquez: El amor en los tiempos del…
colesterol, de Gabriela Acher.
Además hay los que adelantan,
temerariamente, el final de la historia, como La maravillosa vida breve de
Óscar Wao, de Junot Díaz, o Crónica de una muerte anunciada,
también de García Márquez (talentoso, evidentemente, para escoger títulos).
También están los títulos
intertextuales, que citan otros célebres. Como el de Cortázar La
vuelta al día en ochenta mundos (y que invierte ingeniosamente La
vuelta al mundo en 80 días, de Verne) y el reverso humorístico de El
amor en los tiempos de cólera, de García Márquez: El amor en los tiempos del…
colesterol, de Gabriela Acher.
Además hay los que adelantan, temerariamente, el
final de la historia, como La maravillosa vida breve de Óscar Wao,
de Junot Díaz, o Crónica de una muerte anunciada, también de García Márquez
(talentoso, evidentemente, para escoger títulos). En
estos el juego de la intriga se redobla (uno como lector, digámoslo desde ya,
es un ser vulnerable al supense): ¿por qué "breve", cómo es que ese
fin se produce? ¡Lo quiero saber!
En fin, títulos cautivantes,
inolvidables, perfectos, hay muchos. Ya citamos una pequeña selección nosotros,
¿cuáles son los de ustedes? ¿Alguna vez leyeron un libro solo por el título?
FUENTE: boletin@librosenred.com
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