martes, 1 de abril de 2014

Clásico de libro: Los gatos de Ulthar

Los gatos de Ulthar

Los gatos de Ulthar es un cuento escrito por H. P. Lovecraft, escritor estadounidense de fantasía y horror, en junio de 1920. La historia narra el origen de una ley que prohíbe la matanza de gatos en el pueblo de Ulthar.

Argumento

Un narrador anónimo, mientras mira a su propio gato, recuerda que en Ulthar existe una ley que prohíbe que un hombre mate a un gato y relata los sucesos que provocaron que se promulgara. La historia comienza con la presentación de una pareja de ancianos campesinos que vivían en Ulthar y que se divertían atrapando y asesinando a todos los gatos osaran penetrar en su propiedad. Los aldeanos temían tanto a la pareja que no se atrevían a protestar contra esta situación, sino que se limitaban a mantener a sus mascotas alejadas de la cabaña de los ancianos.

Un día llegó una caravana de extraños peregrinos al pueblo; con ellos venía Menes, un huérfano que había perdido a sus padres por la peste y que tenía por toda compañía un gatito negro. Una mañana, Menes no pudo encontrar a su mascota y la gente le contó acerca de la pareja y su costumbre. Después de meditar, elevó una plegaria en una lengua desconocida por los habitantes de Ulthar, que provocó cambios en las nubes. La caravana se fue esa misma noche y los aldeanos descubrieron que todos sus gatos habían desaparecido. La gente sospechó tanto de los viajeros como de los ancianos, pero un niño llamado Atal, el hijo del posadero, dijo haber visto a todos felinos rodeando la cabaña. A la mañana siguiente, todos los gatos habían vuelto a sus hogares, con señales de haberse alimentado hasta la saciedad. Una semana después se notó la ausencia de la pareja de campesinos. En su casa se encontraron dos esqueletos humanos, sin rastro de carne. Ante esto, las autoridades locales decidieron promulgar una ley prohibiendo la matanza de gatos en Ulthar.

Creación e influencias

Lovecraft escribió Los gatos de Ulthar en junio de 1920, cinco meses después de terminar su cuento El viejo terrible, aunque algunas cronologías lo sitúan después de El árbol. Fue concebido en su periodo temprano influenciado por la escritura del autor anglo-irlandés Lord Dunsany. Entre los aspectos literarios que Lovecraft imita se encuentra el tema de la venganza y el grave tono narrativo. La influencia de Dunsany es evidente también en la superficie del texto: los viajeros errantes son similares a los que aparecen en el cuento Días de ocio en el Yann de Dunsany.
Lovecraft escribió antes de Los gatos de Ulthar varios cuentos que reflejan el estilo de Lord Dunsany, tales como La nave blanca, La maldición que cayó sobre Sarnath, El viejo terrible y El árbol. Su siguiente cuento con influencias de Dunsany, Celefais, es considerado por el estudioso de Lovecraft S. T. Joshi, como "uno de los sus mejores y más significativos cuentos". Los gatos de Ulthar fue publicado por primera vez en la revista literaria Tryout en noviembre de 1920; después apareció en Weird Tales en febrero de 1926 y 1933, así como también en una tirada de cuarenta y dos copias en diciembre de 1935 de publicación privada.

Recepción y legado

Los gatos de Ulthar fue uno de los cuentos favoritos de Lovecraft, quien era un ferviente amante de los gatos. Tanto él como algunos de sus críticos contemporáneos consideraban que este cuento era el mejor entre sus obras de influencias dunsanianas. Cabe destacar también que este es uno de sus cuentos más famosos, tanto de este estilo como de los clasificados como "fantasía extraña". El crítico literario Darrell Schweitzer, sin embargo, comenta que Los gatos de Ulthar se parece a Dunsany sólo su tono y ejecución y que "no tiene paralelos obvios con ninguna historia de Dunsany". Schweitzer califica la prosa como más contenida que la usual de Lovecraft y señala que, al contrario de Lovecraft, Dunsany prefería a los perros, por lo que hubiera sido improbable que escribiera tan entusiasta homenaje. S. T. Joshi difiere, afirmando que "este cuento le debe más a Dunsany que muchas de sus otras fantasías dunsanianas".
El personaje de Atal, el hijo del posadero que es testigo de los gatos rodeando la cabaña de los ancianos, aparecerá después en Los otros dioses. En este cuento, escrito en agosto de 1921 y publicado por primera vez en noviembre de 1933, un adulto Atal se hace aprendiz de Barzai el sabio y viaja con él para ver a "los otros dioses". Barzai incluso menciona la ley que prohíbe la matanza de gatos en Ulthar, concretando aún más la referencia. Atal aparece también como sacerdote en La búsqueda de la ciudad del sueño -escrita en 1927 y no publicada hasta 1943- cuando el protagonista, Randolph Carter, visita la ciudad trescientos años después de los sucesos narrados en el cuento de Ulthar y la encuentra poblada principalmente por felinos. Los gatos aparecen nuevamente en Las ratas en los muros de 1923 y según la académica Katherine M. Rogers son usados "en una manera más original". Aquí, como en otros cuentos posteriores de Lovecraft, los gatos encarnan la atracción hacia el horror, pero a diferencia de los humanos, "sin perseguir el horror hasta el punto de convertirse en algo horrible ellos mismos".
El texto original de Los gatos de Ulthar es de dominio público y se puede encontrar en varias antologías del autor así como en Internet.

Texto

Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.
En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivía un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y
asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del gato en la noche, y les parece mal que los gatos corran furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y matando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos que se escuchaban después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era extremadamente peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión habitual de sus marchitos rostros, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan oscuramente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio trasero. La verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas extrañas personas, les temían más; y, en vez de confrontarlos como asesinos brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se escuchaban ruidos después del anochecer, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa manera había desaparecido. Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.
Un día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró a las estrechas y empedradas calles de Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado vieron la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que habían pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos humanos con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.
En esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre, sino con sólo un gatito negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él, mas le había dejado esta pequeña y peluda cosa para mitigar su dolor; y cuando uno es muy joven, uno puede encontrar un gran alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente oscura llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba mientras se sentaba jugando con su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado de manera extraña.
Durante la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le contaron del viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al escuchar esto, sus sollozos dieron paso a la reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó en un idioma que ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las formas extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy peculiar, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba las figuras sombrías y nebulosas de cosas exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados astados. La naturaleza está llena de ilusiones como esa para impresionar al imaginativo.
Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y los dueños de casa se preocuparon al darse cuenta de que en toda la villa no había ningún gato. De cada hogar el gato familiar había desaparecido; los gatos pequeños y los grandes, negros, grises, rayados, amarillos y blancos. Kranon el Anciano, el burgomaestre, juró que la gente siniestra se había llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes, y maldijo a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto notario, declaró que el viejo campesino y su esposa eran probablemente los más sospechosos; pues su odio por los gatos era notorio y, con creces, descarado. Pese a esto, nadie osó quejarse ante la dupla siniestra, a pesar de que Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer en aquel patio maldito bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el malvado par había hechizado a los gatos hacia su muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo afuera de su oscuro y repelente patio.
De este modo Ulthar se durmió en un infructuoso enfado; y cuando la gente despertó al amanecer ¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y pequeños, negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron muy brillantes y gordos, y sonoros con ronroneante satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos con otros sobre el suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente insistió en que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos no volvían con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber de sus platillos de leche era extremadamente curiosa. Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, no tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego o bajo el sol.
Pasó una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña bajo los árboles, no se prendían luces al atardecer. Luego, el enjuto Nith recalcó que nadie había visto al viejo y a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el burgomaestre decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero, y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la frágil puerta sólo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas sombrías.
Posteriormente hubo mucho que comentar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y Shang y Thul fueron abrumados con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue detenidamente interrogado y, como recompensa, le dieron una fruta confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la caravana de siniestros peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro, de la oración de Menes y del cielo durante aquella plegaria, de los actos de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se encontró en la cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.
Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la que es referida por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.

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