miércoles, 2 de abril de 2014

Efemérides literarias: Poeta en Nueva York

El 2 de abril de 1940, cuatro años después de la muerte del poeta, se publica Poeta en Nueva York, título de un poemario escrito por Federico García Lorca entre 1929 y 1930 durante su estancia en la Universidad de Columbia (Nueva York), así como en su siguiente viaje a Cuba.
García Lorca dejó España en 1929 para impartir unas conferencias en Cuba y Nueva York. Aun así, el motivo del viaje fue quizá un pretexto para cambiar de aires y huir del ambiente que le rodeaba y que le oprimía: debido a un fracaso sentimental y al dilema interior que sentía por su sexualidad, Lorca padeció en esa época una profunda depresión. Vivió en Nueva York del 25 de junio de 1929 al 4 de marzo de 1930, partiendo entonces hacia Cuba, donde residió por un espacio de tres meses.
A Lorca le impactó profundamente la sociedad norteamericana, sintiendo desde el inicio de su estancia una profunda aversión hacia el capitalismo y la industrialización de la sociedad moderna, al tiempo que repudiaba el trato dispensado a la minoría negra. Poeta en Nueva York fue para Lorca un grito de horror, de denuncia contra la injusticia y la discriminación, contra la deshumanización de la sociedad moderna y la alienación del ser humano, al tiempo que reclamaba una nueva dimensión humana donde predominase la libertad y la justicia, el amor y la belleza. Es por ello por lo que puede ser considerada una de las obras poéticas más importantes y relevantes de la historia de este arte, dado su trascendentalismo. Una crítica poética en un momento de cambios económicos y sociales de una magnitud única en toda la historia de la humanidad, que convierte esta obra en una profunda reflexión pesimista y hace que sea un nexo de unión entre el modernismo y la nueva era tecnológica.
He aquí algunos ejemplos:

Vuelta de paseo 

Asesinado por el cielo. 
Entre las formas que van hacia la sierpe 
y las formas que buscan el cristal, 
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta 
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota 
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordumudo 
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día. 
¡Asesinado por el cielo! 

Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer en Coney Island)


La mujer gorda venía delante 
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores. 
La mujer gorda, 
que vuelve del revés los pulpos agonizantes. 
La mujer gorda, enemiga de la luna, 
corría por las calles y los pisos deshabitados 
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma 
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos 
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido 
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas. 
Son los cementerios.  Lo sé.  Son los cementerios 
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena. 
Son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora 
los que nos empujan en la garganta.

Llegaban los rumores de la selva del vómito 
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente 
con árboles fermentados y camareros incansables 
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva. 
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita!, No hay remedio. 
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostitua, 
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido. 
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra 
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.

La mujer gorda venía delante 
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines. 
El vómito agitaba delicadamente sus tambores 
entre algunas niñas de sangre 
que pedían protección a la luna. 
¡Ay de mí!  ¡Ay de mí!  ¡Ay de mí! 
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía. 
Esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol 
y despide barcos increíbles 
por las anémonas de los muelles. 
Me defiendo con esta mirada 
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve. 
Yo, poeta sin brazos, perdido 
entre la multitud que vomita, 
sin caballo efusivo que corte 
los espesos musgos de mis sienes. 
Pero la mujer gorda seguía delante 
y la gente buscaba las farmacias 
donde el amargo trópico se fija. 
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes 
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero. 

Grito hacia Roma 

(Desde la torre del Chrysler Building)  

Manzanas levemente heridas 
por finos espadines de plata, 
nubes rasgadas por una mano de coral 
que lleva en el dorso una almendra de fuego, 
peces de arsénico como tiburones, 
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud, 
rosas que hieren 
y agujas instaladas en los caños de la sangre, 
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos, 
caerán sobre ti.  Caerán sobre la gran cúpula 
que unta de aceite las lenguas militares, 
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma 
y escupe carbón machacado 
rodeado de miles de campanilas. 
Porque no hay quien reparta el pan y el vino, 
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, 
ni quiern abra los linos del reposo, 
ni quiern llore por las heridas de los elefantes. 
No hay más que un millón de herreros 
forjando cadenas para los niños que han de venir. 
No hay más que un millón de carpinteros 
que hacen ataúdes sin cruz. 
No hay más que un gentío de lamentos 
que se abren las ropas en espera de la bala. 
El hombre que desprecia la paloma debía hablar, 
debía gritar desnudo entre las columnas 
y ponerse una inyección para adquirir la lepra 
y llorar un llanto tan terrible 
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. 
Pero el hombre vestido de blanco 
ignora el misterio de la espiga 
ignora el gemido de la parturienta, 
ignora que Cristo puede dar agua todavía, 
ignora que la moneda quema el beso de prodigio 
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños 
una luz maravillosa que viene del monte; 
pero lo que llega es una reunión de cloacas 
donde gritan las oscuras ninfas del cólera. 
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas, 
pero debajo de las estatuas no hay amor, 
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo. 
El amor está en las carnes desgarradas por la sed, 
en la choza diminuta que lucha con la inundación. 
El amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, 
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas 
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas. 
Pero el viejo de las manos traslúcidas 
dirá: Amor, amor, amor, 
aclamado por millones de moribundos. 
Dirá: amor, amor, amor, 
entre el tisú estremecido de ternura; 
dirá: paz, paz, paz 
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita. 
Dirá: amor, amor, amor, 
hasta que se le pongan de plata los labios. 
Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto, 
los negros que sacan las escupideras, 
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores, 
las mujeres ahogadas en aceites minerales, 
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube, 
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, 
ha de gritar frente a las cúpulas, 
ha de gritar loca de fuego, 
ha de gritar loca de nieve, 
ha de gritar con la cabeza llena de excremento, 
ha de gritar como toas las noches juntas, 
ha de gritar con voz tan desgarrada 
hasta que las ciudades tiemblen como niñas 
y rompan las prisiones del aceite y la música. 
Porque queremos el pan nuestro de cada día, 
flor de aliso y perenne ternura desgranada, 
por que queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra 
que da sus frutos para todos.(1)
(1) Según la edición de María Clemente Millán:  el primer título parece haber sido Roma y luego Oda de la Injusticia

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