En un arco que va desde los más temibles dragones y los más fabulosos unicornios hasta las mascotas más cotidianas, la historia literaria ha incorporado siempre animales a su elenco de personajes.
Basta recordar a la gran ballena blanca de Melville, al axolotl que fascinó a Cortázar a través de un vidrio y el cuervo de Edgar Allan Poe. Las mascotas y las bestias de otro mundo tienen sin duda un lugar de privilegio en la mayoría de los textos infantiles y en los libros fantásticos.
Y los ejemplos siguen:
Rocinante, el caballo que acompañó a Don Quijote en sus andanzas;
el pequeño, peludo, suave (y tan blando que se diría que es todo de algodón) burro Platero;
el zorro al que el Principito domesticó;
el gato de Cheshire (que tiene la habilidad desaparecer frente a Alicia dejando solamente su sonrisa);
el domesticado lobo (y no zorro ahora) Colmillo blanco, del libro de Jack London, o Argos, el fiel perro de Ulises, que lo espera por los 20 años que dura su odisea y al reconocer a su amo muere.
Adaptado de boletines@librosenred.com
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jueves, 30 de abril de 2015
Animales en la literatura
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