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De igual forma, la cocina en el cine nos describe pasados lejanos o recientes, por ejemplo, la Kermesse heroica (La kermesse héroique, 1935) de Jacques Feyder, en la que, mediante un festín, las mujeres del lugar –mientras los hombres permanecen escondidos-, tratarán de apaciguar a los fieros Tercios españoles de Flandes.
Por su parte, la española La mitad del cielo (1986) de Manuel Gutiérrez Aragón, narra las peripecias de un restaurante que se convierte en centro de reunión de políticos, intelectuales, hombres de empresa… en el Madrid de finales de los 50.
En otros casos de películas de época, la gastronomía se presenta como instrumento de poder, en cuanto distintivo de clase y prestigio social. Lo comprobamos en los lujosos y elegantes banquetes de El gatopardo (Il gattopardo, 1963), la emblemática película de Luchino Visconti, en la que disfrutamos de varios almuerzos, comidas en el campo y cenas, sin embargo, la más memorable de todas estas escenas gastronómicas es el banquete que tiene lugar durante el baile de gala.
Dentro de este grupo, también es obligado mencionar a La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993) de Martin Scorsese o Gosford park (2001) de Robert Altman. En la citada en primer lugar, una película cuyos platos son tan delicados y exquisitos como el vestuario, el arte y la decoración. Ningún plato desentona, ningún guiso sobra, y son tratados con el mismo gusto que una estatua de mármol, y a veces con tanto decoro que bien podría tomarse por un elemento ornamental en vez de un alimento.
En Gosford park, veremos cómo a pesar de comer los mismos platos, los mismos guisos, la clase y el estatus marcan una enorme diferencia entre unos personajes y otros, entre unas personas y otras. Opulencia hasta en el menú, faisán como mínimo y las mejores salsas, los mejores pescados, carnes y verduras en caso de ser vegetariano… Todo un alarde no sólo de qué servir en la mesa sino que se nos da una clase de protocolo y tradición llegando incluso a recrearse en escenas en las que se mide con regla la distancia entre los cubiertos a la hora de preparar una mesa para una de las cenas.
¿Quién no recuerda a la oscarizada Titanic (1997), de James Cameron y la fatídica noche de su hundimiento? Pero, antes de que el iceberg hiriera de muerte al lujoso barco, en el exclusivo y sofisticado Café Parisien, el único restaurante de pago del barco, se había servido una cena compuesta de diez platos.
O en Vatel (2000), un film dramático basado en la vida del cocinero francés del siglo XVII François Vatel, dirigido por Roland Joffé, que acabó con el suicidio por lo que consideró un fracaso en el gran festín organizado en honor de Luis XIV.
A través de la gastronomía se hace crítica social como ocurre en la película checoslovaca Las margaritas (Sedmikrásky, 1966) de Vera Chytilova, un banquete en el que se sientan como comensales multitud de influencias: el surrealismo de Buñuel y Fellini, el dadaísmo más alocado, la comedia del cine mudo, la exuberancia carnavalesca...
Muérete bonita (Drop Dead Gorgeous, 1999) de Michael Patrick Jan, divertida y cruel parodia, que crítica a la vanidad, la superficialidad del universo autocomplaciente yanqui, través de los concursos de belleza. Memorable es la escena donde Kirsten Dunst advierte que no come marisco porque “mamá siempre dice que nunca coma nada que lleve su casa a cuestas; a saber cuándo fue la última vez que la limpió…”.
O Estómago (Estômago, 2007), del brasileño Marcos Jorge, en la que un preso, de apariencia frágil y apocada, logra, mediante su saber hacer en la cocina, el dominio absoluto de su entorno presidiario. Es su triunfo tras su fracaso en el amor... Para concluir dramáticamente que el mundo se compone de los que comen y los que son comidos. Un cuento para adultos que aborda los temas del poder, el sexo y la gastronomía.
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