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La comida es comestible y el espectador casi la degusta
La cocina es un placer visual y hay una serie de películas que exploran la posibilidad de abrir en los espectadores otros apetitos. Y no nos referimos a los eróticos, sino a los gastronómicos. Cuando vemos los platos preparados que aparecen en las películas y como los degustan los actores, las escenas nos provocan deseos de hacer lo mismo, de comer ese mismo plato, que, por cierto, ¿se puede comer? Aunque no siempre, en muchos casos los alimentos y platos que aparecen en las películas sí se pueden degustar.
Una de las cintas más emblemáticas sea la danesa El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987), dirigida por Gabriel Axel. Babette, en agradecimiento a sus ancianas bienhechoras y convecinos organiza una opulenta cena con los platillos y vinos de la mejor gastronomía francesa. Aclamadísima adaptación de un cuento de Isak Dinesen, ganadora del Oscar y el Bafta a la mejor película de habla no inglesa (Vean en la diapositiva la lista de platos que prepara).
Además, éste es un capítulo que se suele cuidar bastante, por lo menos en los largometrajes de calidad. Tenemos dos ejemplos claros en Conexión tequila ( Tequila Sunrise, 1988), de Robert Towne, y Comer, beber y amar (Yin shi nan nu, 1994), de Ang Lee. En la primera de ellas, el productor decidió contratar a chefs de reconocidos restaurantes de Los Ángeles (EE.UU.). Durante el rodaje- muchas escenas tenían lugar en el elegante restaurante italiano regentado por una Michelle Pfeiffer que hacía las veces de propietaria- los cocineros no sólo elaboraban los platos que comían las estrellas Mel Gibson y Kurt Russell -que se disputaban el amor de la Pfeiffer-, sino también los de los figurantes que aparecían en las mesas que rodeaban a la de los actores principales. Por su parte, en la oriental Comer, beber y amar, de Ang Lee –Oscar al mejor director en 2005 por Brokeback Mountain- contó con la ayuda de tres cocineros para conseguir la variada y colorista suerte de platos que aparecen a lo largo del film. “¿Nos comunicamos comiendo?”, le pregunta una de las hijas del chef Chu a sus hermanas para representar la dramática distancia que parece separar al padre viudo de sus tres hijas. Cada domingo, el anciano cocinero prepara un banquete para compartirlo con sus hijas, mientras apenas cruza algunas palabras con ellas, ni siquiera de afecto. Mientras los espectadores ven en la pantalla: woks humeantes y coloridos, pollos ahumados, patos laqueados, sopas de verduras…
Esta película tiene su versión latina en Tortilla soup (2001), de Maria Ripoll, la directora española -que había estudiado cine en el American Film Institute. Aquí el chef viudo es de origen mexicano, tiene problemas con su sentido del gusto y con las tres hijas solteras con las que vive.
Esta película tiene su versión latina en Tortilla soup (2001), de Maria Ripoll, la directora española -que había estudiado cine en el American Film Institute. Aquí el chef viudo es de origen mexicano, tiene problemas con su sentido del gusto y con las tres hijas solteras con las que vive.
El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (The Cook, the Thief, His Wife and Her Lover, 1989), de Peter Greenaway es una orgía para los sentidos, pues viéndola sentiremos un bombardeo visual, olfativo, táctil, auditivo y gustativo. Los olores nos impregnan las vestiduras, nos empapamos con ellos, cubriendo nuestros propios cuerpos, ora con una magnífica salsa holandesa, ora con una cabeza de cerdo putrefacta y en descomposición. El gusto por los alimentos bien cocinados y sabrosos, el gusto por la decoración y por los complementos, el gusto por comer sano… Y el disgusto por ver comida podrida, por ver a los perros rebozándose en los alimentos, los excrementos y las vejaciones, la falta de modales y la extorsión, el guiso que no complace, el gesto que desagrada.
En Como agua para chocolate (1992), de Alfonso Arau, la comida es presentada de forma explícita y realista. Comida… Fielmente reflejada, casi desparramada fuera de la pantalla. La gastronomía fluye por los dedos y baña el cuerpo de la protagonista. Gastronomía como metáfora y como vehículo para expresar emociones… Cocinar para vengarse y para limpiar su conciencia, cocinar para sanar con el alimento, cocinar para alimentar… Película con sabor a cebolla, pues con ella empieza y con ella termina…
No podemos dejar de citar a la comedia American Cuisine (1999), la cocina que hace de plató en esta película de Jean-Ives Pitoun, está inspirada en la de Bernard Loiseau (famoso chef francés), permite al espectador ser un comensal virtual más. Cada uno de los platos, que se cocinan y presentan, son mostrados en primer plano, lo que casi permite percibir el calor, el olor y la textura de sus ingredientes. Al mismo tiempo, es una confrontación entre la cultura anglosajona (Estados Unidos) y la mediterránea (Francia).
Deliciosa Martha (Bella Martha, 2000) de Sandra Nettelbeck, una película acerca de los sabores de la vida. Martha es cocinera, no sólo porque trabaje en una cocina y sea jefa de la cocina de un excelente restaurante de Hamburgo, sino porque, poco acostumbrada a expresarse con las palabras, utiliza las materias primas, los sabores, y los equilibrios de los alimentos para contar al mundo lo que ella es.
Tiene un remake “made in Usa”, Sin reservas (No reservations, 2007) de Scott Hicks, interpretada por Catherine Zeta-Jones, como la reputada chef de un restaurante de moda de Manhattan, muy inferior a la primera.
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