Hay algo en las películas de Andréi Tarkovski (1932-1986) que desaniman. Demasiado largas. Demasiado profundas. Pero los que han visto alguna de ellas, nunca pueden olvidarlas. Sin duda descubren en estas obras lo opuesto a las modas, una extrañeza que las revela singulares. Nadie está indemne ante la contemplación de la obra de Tarkovski.
Hemos seleccionado cinco de sus películas más representativas y de cada uno de ellos hemos elegido una escena inolvidable:
- La infancia de Ivan (Ivanovo detstvo, 1962). URSS. En este caso recordamos la siguiente escena: Un joven soldado está asombrado, frente a él, Iván, un niño ruso utilizado, como tantos otros, como espía para localizar a los soldados nazis, se ha convertido en una máquina de matar. Una cara de ángel en un corazón de piedra. En este largo intercambio de miradas, Tarkovski filma al niño como una caricatura del adulto, adicto al odio y la violencia. Los alemanes no son los únicos responsables de haber creado un monstruo. Los rusos también, que le robaron su infancia, a su madre, la tierra donde el vivía en paz... La película, León de Oro en Venecia, no fue recibida por las autoridades de la URSS con el entusiasmo que que se merecía. Comienzan los problemas del realizador...
- Andreï Roublev (1967. URSS. En esta película hay un momento soberbio en el que un joven afirma haber heredado el arte de su padre, emprendiendo la construcción de una enorme campana. Ha mentido, en realidad. Pero al haber éxito, contra toda lógica, su proyecto sigue adelante. Andreï Roublev, artista desde hace mucho tiempo, supera sus dudas y halla la esperanza y la confianza en su arte... Pero, el instante más sorprendente de este fresco de tres horas de duración son los iconos filmados en brillantes colores, que exaltan el largo periplo del pintor hacia su propia verdad: "A través del arte -afirmaba el cineasta-, el hombre expresa su esperanza. Cualquier cosa que exprese esta esperanza, no tiene ningún fundamento espiritual, no tiene relación con el arte." Película también premiada en Cannes.
- Solaris (1971). URSS. Adaptación del clásico de ciencia-ficción del escritor polaco Stanislaw Lem, fue la respuesta soviética a la estadounidense 2001: Odisea espacial, a la que nuestro cineasta juzgaba como demasiado materialista. En su película, Tarkovsky hace hincapié en el miedo. El que siente su héroe desde que desembarca en la estación espacial, casi desierta. Pronto, una joven se le aparece, su propia mujer que se suicidó hace diez años. Cuanto más se trata de de deshacerse - para destruir - esta aparición, el fantasma vuelve a aparecer cada vez más humano, más carnal. Como un remordimiento inmortal... Como hará en Stalker, unos años más tarde, el cineasta describe seres plenos de angustia, casi locos, casi zombis, imbuidos por falsos valores a los que se aferran con obstinación y su desesperada falta de fe. Su objetivo final: "que el espectador puede apreciar la belleza de la Tierra, piense en ella regresando de Solaris, que, de repente, sienta el saludable dolor de la nostalgia..."
- El espejo (Zerkalo, 1975). URSS. Ella se encuentra mal. Está segura de haber cometido un error tipográfico en el titular del periódico que saldrá a la mañana siguiente. Así que corre, muerta de angustia, por los pasillos desiertos de la imprenta, temiendo que se encuentren pruebas de su descuido -el camarada Stalin no está dispuesto a aguantar estos fallos-, les puede enviar al gulag, a ella y a los suyos. Esta es la única escena política real (basada en un episodio real ocurrido en la década de 1930), de esta autobiografía soñada. En esta película que sigue a los caprichos de la memoria -convertida en su propia Amarcord-, Tarkovski hace interpretar -para su propio deleite-, a la misma actriz los papeles de su madre y su mujer. Filmando a ráfagas, una tormenta, un vaso que se rompe, el viento en la hierba alta, una anciana que se cruza con su hijo cuando tenía 8 años...
- Stalker (1979). URSS. Una vez más, el "stalker" (el pasador) ha desafiado los peligros de la zona prohibida, para llevar a dos (un erudito y un literato) hasta la cámara de los deseos, la que revela a cada uno lo que es. Pero se da cuenta que han venido a destruir este lugar que justifica su vida... "Soy una larva, es verdad, pero no me priven de lo poco que me queda... Mi felicidad, mi libertad, mi alegría, es conducir hasta este lugar a las personas, que como yo, no albergan ninguna esperanza. Y que la encuentran de nuevo gracia a mí, la larva...". El erudito y el escritor están acorazados por su lógica, su egoísmo y su dureza. El "stalker", por el contrario, es un corazón puro, un espíritu simple a la manera de Dostoïevski, desesperado por ver como sus contemporáneos están determinados a destruir todo aquello que no pueden comprender. Sin embargo, "la dureza y la fuerza son cómplices de la muerte. La flexibilidad y la debilidad expresan la frescura de la vida. Es por eso, la dureza y la inflexibilidad no ganarán nunca". "Obviamente, esta es la obra maestra de Andreï Tarkovski: sin dejar de señalar que Stalker comparte una aterradora aunque anhelante esperanza.
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