viernes, 17 de noviembre de 2017

Biografías de cine: Jean-Pierre Melville (III)

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Con el éxito obtenido con Leon Morin, sacerdote, Melville pudo realizar cuatro películas consecutivas de policías y ladrones, las más notables fueron:
- El confidente (Le doulos, 1963), adaptación de una novela menor de Pierre Lesou. Belmondo volvió a ser protagonista en El confidente, no como un clérigo, sino como Silien, en su arquetípica encarnación del impávido antihéroe, cuya lealtad a sus viejos compinches de la mafia está en entredicho y lo enreda en una red de intriga y desastre. La película es una oscura, ambigua y compleja fábula sobre la mentira y la traición con sabor a tragedia clásica en su fatalista desenlace. El título original de la película, Le doulos, refuerza precisamente esa ambivalencia del relato, al poder referirse tanto al sombrero que porta el personaje de Silien, un doulos, como a su posible condición de confidente de la policía, puesto que en el argot del gremio policial/criminal, el término doulos también se utiliza para designar al chivato o soplón.
- El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967). Durante el rodaje de El silencio de un hombre, una película obsesionantemente minimalista sobre un  hermético y frío asesino a sueldo, el estudio de Melville se incendió y el proyecto se completó en instalaciones alquiladas. Jeff Costello es un perfeccionista que siempre planea cuidadosamente sus asesinatos y al que nunca han atrapado. Sin embargo una noche, tras liquidar al dueño de un club nocturno, queda a la vista de varios testigos. Sus esfuerzos por construir una coartada fallan y poco a poco es acorralado, tanto por la policía como los clientes que le han traicionado. De todos modos, fue un éxito crítico y comercial. La presentación de Alain Delon como el ultramoderno asesino Jef Costello, fue considerada una de las imágenes más meticulosamente elaboradas en la historia del cine. 
Otra producción memorable fue El ejército de las sombras (L'armée des ombres, 1969), traslación de la novela de Joseph Kessel a la gran pantalla, se trata de un austero retrato de la perfidia dentro de las filas de la Resistencia francesa. 

Alain Delon más tarde protagonizaría una segunda obra maestra, Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970), que presentaba el último robo de joyas en la pantalla. Su fortaleza a lo Charles Bronson con la sangre fría de Jack Lord sirvió como contrapunto en la obra de Melville al Belmondo más ligero y menos predecible. 
Es trivial decir que un artista en particular "no es para todos". En el caso de Melville, esta afirmación no podría ser más adecuada. A pesar de tener una barriga oronda y una cara poco atractiva, era un mujeriego notorio, y su chovinismo es dolorosamente obvio en sus películas. Son trabajos cínicos impulsados ​​por hombres en los que las mujeres carecen de nobleza, simplemente funcionan como hermosas piezas de ajedrez. Sus hombres también carecen de profundidad espiritual, desempeñando diligentemente sus papeles hacia el enfrentamiento final. Un "momento profundo" inevitablemente ocurre ante un espejo, un cliché por el que muchos críticos no comparten el entusiasmo del creador. Como resultado de estos pecadillos, así como por la falta de historias de fondo y motivaciones de los personajes, la producción posterior de Melville ha sido acusada de rigidez, con su grupo de policías, ladrones y malos en general. Además, a pesar de las tramas bien estructuradas, las películas de Melville se miden metódicamente con una enorme atención prestada al tiempo y al lugar. Los hollywoodienses a menudo las encuentran lentas, con un énfasis excesivo en el tono y el estilo. 
Su última película sería Crónica negra (Un flic, 1972), décimo tercer largometraje, en el que de nuevo contaría con Alain Delon. Fue su última palabra, antes de fallecer, sobre el género negro y sus arquetipos, explorando la ambigüedad moral de los protagonistas y la equivalencia entre los delincuentes y los policías. 
El pasado 20 de octubre se cumplió el primer centenario de su nacimiento. 

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