Yo, Tonya, cáustico y falso documental pero un verdadero retrato femenino. Inspirado en una noticia que fascinóo al mundo, el documental ficticio de Craig Gillepsie rehabilita a Tonya Harding, una campeona caída de patinaje artístico.
El 6 de enero de 1994, la joven patinadora artística Nancy Kerrigan fue atacada y golpeada después de acabar su entrenamiento. El agresor huyó, pensando que le había roto una rodilla... Muy pronto, las sospechas cayeron sobre la otra estrella del equipo estadounidense, Tonya Harding, acusada de haber ordenado la agresión para evitar que su rival participe en las Olimpiadas de Lillehammer, dos meses después.
El australiano Craig Gillespie ha reconstruido este incidente en forma de un falso documental. Cada uno de los protagonistas (encarnado por actores a veces muy similares) da su versión de la historia, buscando darse a sí mismo el papel de bueno -o el menos malo posible-. Este sesgo narrativo es una forma inteligente de recordar la cobertura que los medios de comunicación dieron al asunto Harding, que fascinó al mundo entero, mucho más allá de los fanáticos de los triple axels. También es una herramienta de humor negro, especialmente cuando el montaje, irónico pero efectivo, muestra las contradicciones de cada uno de ellos. Ex marido abrumado por los acontecimientos, guardaespaldas mitomaníaco, secuaces en el frente... la galería de retratos es deliciosa. Allison Janney, una malvada con un pico de oro y un loro al hombro, merece la medalla de oro de la madre venenosa por ella...
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