Brazil (1985), un último romance trágico. Tal vez el mayor amor trágico y torturado de los que hemos considerado. Porque aquí el impedimento no es la diferencia de frecuencias, la muerte o la especie, sino el puro peso opresivo de una sociedad que niega el romance, el sueño y la esperanza de la ficción. Las ensoñaciones de Sam son lo que le dan esa tremenda dimensión al inconmensurable final de la obra maestra de Terry Gilliam: porque sin esperanza, sin amor absoluto, la tortura sigue siendo tortura y la vida, vida. Sam se escapa a esas regiones recónditas de la libertad y del rescate caballeresco, del amor desentrañado y de las ilusiones perdidas. Esa es la canción de nuestra desesperación por las normas que rigen e impiden el cielo romántico que siempre será Brasil. En el romance de Sam y Jill sigue viva la esperanza por esa ficción romántica, la ilusión de una mañana que nos agarra millas lejos con todavía millones de cosas por decir.
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