Primera trilogía de Star Wars (1977-83). Y bueno, ¿qué se puede comentar del romance más difícil, más tenso, más tremendamente conclusivo y esperado de la ciencia ficción en pantalla? Lo de Leia y Han es la pura esperanza, fuera de la salvación rebelde, de un cariño que no iba a coronar al protagonista sino a la pareja que siempre tuvo la química increíble en pantalla. La tensión sexual entre Carrie Fisher y Harrison Ford se puede cortar, desde el Episodio IV, con cuchillo. El maravilloso triángulo amoroso entre los dos personajes que representan y Luke es una tensión más allá de la trama, paralela pero constitutiva.
La revelación de Darth Vader permite este romance inesperado en la celebración con los Ewooks. Y, más allá de la satisfacción que causa, sirve para elevar al plano de monje Jedi a Luke: éste es un héroe que, lejos del esquema sencillo del elegido, trasciende el cuerpo por la pura disciplina de una religión perdida. Con la Fuerza, Luke tiene su verdadero romance, su cariño trascendente: ese que parte del cuerpo y que inunda el alma. El amor de Solo y Leia es la contraparte del aprendizaje de Luke: es el legado de lo físico, de los que podrán vivir pegados al mundo, sin responsabilidades más allá de su cariño. La contraparte de la Fuerza es ese amor terrenal y sensual, vivo y triunfante: la concepción se hace aquí a la vieja usanza, lejos del nacimiento etéreo de los puros midiclorianos.
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