lunes, 2 de julio de 2018

Biografías de cine: Josef von Sternberg (I)

El más orgullosos y susceptible de todos los directores de cine, Josef von Sternberg, desencadenó sus tiránicos métodos sobre un Hollywood no demasiado dispuesto a aceptar a artistas autocráticos. No sobrevivió durante mucho tiempo, pero sus películas especialmente las exquisitas fantasías en las que exaltaba la figura de Marlene Dietrich, siguen figurando entre los grandes tesoros del cine. 
Viéndolo en retrospectiva, parece imposible que Josef von Sternberg fuese jamás contratado por la industria norteamericana del cine. Durante algunos años llevó el artificio de los rodajes en estudio a sus máximos extremos; pero, en sus actitudes, fue siempre un solitario. Rara vez se mostraba dispuesto a decir que sí a, y luchaba contra las imposiciones de los productores con enorme coraje y valor. Creía en la concentración de los grandes genios, y se vio ridiculizado por Hollywood por la generosidad con la que hacía publicidad de sí mismo. Era un hombre sarcástico, distante, paternalista, orgulloso y padecía un crónico complejo de superioridad, a pesar de lo cual consideraba todas esas cosas como una necesidad, ya que creía en el estilo como único consuelo de la inutilidad de la vida humana. 
Fotograma de Capricho imperial (1934)
Fue siempre el más incomprendido de los grandes directores de cine. Se cuenta una anécdota sobre su estancia en la Paramount, donde recreó la Rusia zarista para Capricho imperial (The Scarlet Empress, 1934). Se trataba de una película mucho menos costosa de lo que parecía, pues para Sternberg, los haces de luz constituían la mejor forma de evocar un determinado período y estado de ánimo, y la oscuridad constituía siempre un elemento económico de los decorados. No obstante, se vio atacado por Ernst Lubitsch, por aquel entonces encargado de producción del estudio, por incluir en la historia grandes escenas de desórdenes civiles. De hecho, esos materiales procedían de una película muda del propio Lubitsch, El patriota (The Patriot, 1928). Lubitsch era el jefe, pero también una persona dotada de un gran sentido del humor y de la ironía, que podía haber apreciado el chiste, y verse obligado a retirar las acusaciones de dispendio, en caso de que Sternberg le hubiese hecho saber la procedencia de esos materiales. En lugar de ello, y tal como recuerda Sternberg, en su autobiografía escrita en 1965, Fun in a Chinese Laundry, “la situación me divertía demasiado a mí mismo como para aclarársela a él o a cualquier otra persona”.
Emil Jannings y Vera Voronina en El patriota (1928)
(cont.)

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