Burning (Buh-ning, 2018), de Lee Chang-Dong, Corea del sur. Duración: 148 minutos. Guión: Lee Chang-Dong, Jungmi Oh (Historia: Haruki Murakami), e interpretado por Yoo Ah-in, Steven Yeun, Yun Jong-seo, Gang Dong-won. Rompecabezas apasionante y constantemente ambiguo, la película del surcoreano Chang-Dong navega entre la crónica sentimental y el puro suspense. Y entre chronique sentimentale et pur suspense. Y juega al escondite con el espectador.
El humo del cigarrillo que se escapa haciendo volutas, pero no vemos al fumador: la puerta trasera de una furgoneta, filmada a pantalla completa. Es el plano inaugural. Comienza el misterio. Burning forma parte de estas películas que queremos que continúen una vez se haya proyectado la escena final, que maduren en nosotros, durante mucho tiempo. Lo que significa que está llena de misterios, puntos ciegos... El marco aparece, sin embargo, transparente. Una de las cualidades de esta película, devuelta con las manos vacías de Cannes, es ser un thriller, pero eso no es su única apariencia.
Creemos, primero, ver la crónica sentimental de un amor ordinario. Jong-su -el fumador escondido, es él -es un joven reservado, que parece dormido, arrastrando los pies, balanceándose cuando camina. Terminó sus estudios, es un mensajero que espera mejor, vive solo. Encuentra por casualidad en la calle a una antigua vecina, que creció en el mismo pueblo que él. Ella lo reconoce, recuerda todo lo mejor de él, que estaba secretamente enamorada en la adolescencia. Pero en aquellos tiempos, Jong-su le había dicho que la encontraba "realmente muy fea". Las cosas han cambiado, Hae-mi ahora tiene mucho encanto, "gracias al bisturí", dice de repente. Ella es dinámica, alegre, aunque a veces una angustia repentina la invada. Jong-su y ella no tardan en dormir juntos. La escena es prosaica y singular al mismo tiempo, la mirada de Jong-su está dirigida hacia un lienzo de pared, atravesado por un rayo de sol ... Espectador curioso al acecho de todo, en busca de significado, esperando un veredicto, es Jong-su. El mundo es, para él, un enigma, y tratamos de descifrarlo al mismo tiempo que él. Un enigma con pistas que confirman o refutan la realidad de las cosas.
Calma elíptica, ondulante, Burning tiende hacia el puro suspense, pero camina sin dramatizar jamás la acción. Cautiva mientras nada esencial sucede, visible, al menos. Un gran vacío, a la vez hermoso e inquietante, rodea a los personajes, los seres fugaces. Como Hae-mi, por ejemplo, quien se duerme en cualquier momento y quién, simplemente apareció, desaparece. La primera vez es para un viaje a África. Cuando ella regresa, no lo hace sola. Ella le presenta a Jong-su al que conoció allí. Un joven apuesto, rico, seguro de sí mismo y considerado, algo misterioso también. Más que nunca esperar y ver, pasivo, Jong-su se ve obligado a aceptar un extraño y aburrido triángulo amoroso. A pesar del probable vínculo de la hermosa morena con el dinero, los tres se reúnen, hace una fiesta. Antes de que Hae-mi se evapore nuevamente...
Con un increíble arte de deslizamiento, otra narrativa toma el control: el cineasta nos lleva a una serie de escóndijos, en el vértigo de un juego de espejos que se basa en el vínculo entre los dos hombres, casi todo se opone. ¿Qué hay entre ellos? Una relación de clase, de dominante a dominado? Una rivalidad? ¿Celos? Atracción? ¿Quién sabe si el bostezante Gatsby, con el perfil de un manipulador perverso, que confiesa amar prendiendo fuego a los invernaderos abandonados, no envidia al pobre? La falsa indolencia de la película oculta su tensión. Toda frustración, de rabia enterrada. Como resultado, Burning acumula motivos ocultos, sentimentales y sociales. Todo sucede como si el cineasta siguiera difiriendo el fuego, la explosión de violencia. ¿Quién termina por resurgir efusivamente en la última secuencia?
Muchas veces se ha dicho que Jong-su es escritor, o al menos está tratando de terminar una novela. Nada prohíbe, por lo tanto, pensar que este rompecabezas al que le faltan inteligentemente piezas, no es el fruto de su imaginación: la ensoñación, la fantasía, la ilusión que se arrastra por todas partes. Una secuencia, mezcla de gracia y sensualidad, lo ilustra: aquella en la que Hae-mi revela su talento de mimo. Ella pela una mandarina invisible, extrae algunos gajos, los lleva a su boca. Luego probamos la pulpa, sentimos el jugo que brota y perla sus labios, sus dedos. La ilusión es perfecta.
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