Su promoción no ha escatimado en la estética de 1980 para flirtear con los fanáticos de las últimas producciones tecnológicas y retro para tener éxito. El problema es que este thriller pasable juega en otra liga y puede decepcionar a los que esperan vibrar como con Stranger Things.
El cartel: encerrado en un triángulo de neón vintage, un adolescente sostiene en sus brazos un arma futurista, que más bien parece un enorme teclado Bontempi que un fusil de asalto.
Con su estética cuidadosamente tomada de los años 1980, esta imagen de Kin: el comienzo parece anunciar un espectacular entretenimiento de ciencia-ficción, tanto de alta tecnología como retro, siguiendo la estela de la reciente Ready Player One, de Steven Spielberg. Para reforzar el toque de nostalgia, una frase publicitaria nos indica que la película es el inicio de "la nueva saga de los productores Stranger Things, la exitosa serie de Netflix, que, también mezcla hábilmente lo fantástico con el universo de la época de Reagan. Es una trampa, o un gran malentendido, que puede hacer que la película pierda una parte de su posible audiencia.
Objeto híbrido. Ciertamente, Elijah, el joven héroe, bien interpretado por un actor sobrio e intenso, Myles Truitt. Encuentra por casualidad un poderosa y misteriosa arma en un inmenso hangar abandonado. A partir de aquí, nada pasa como nos prometía Kin, a la vez más vacío, más torpe y menos banal de lo que se previa.
En primer lugar, ninguna nostalgia pop suaviza las ruinas de una América actual devastada por la crisis. La historia comienza en Detroit, ex-capital industrial magníficamente filmada, inmenso cementerio de terrenos baldíos y de miseria. Lejos, muy lejos, los códigos habituales de las grandes superproducciones, los dos realizadores se toman su tiempo para anclar a sus protagonistas en un duro y creíble decorado social. Elijah es el hijo adoptivo más joven de una familia modesta y desestructurada: madre muerta, un padre inflexible (Dennis Quaid), y un hermano mayor recientemente liberado de prisión (Jack Reynor).
Cuando, después de una noche aciaga, este último embarca a Elijah en una fuga a través de América (perseguidos por un James Franco, más malo que nunca, un criminal psicópata), la película gira hacia el thriller, muy previsible (moteles, locales de striptease, de donde la pareja recoge a una bailarina perdida, Zoe Kravitz). Los aficionados de las road-movies podrán disfrutar, al menos, de unos personajes bien caracterizados y bien interpretados. Los sedientos de ciencia-ficción deberán contentarse con alguno guiños a lo Terminator, y de un guión que tiene -por un momento-, su sello: el muchacho se apodera de un arma de otro mundo, eso es todo. Y la revelación final, demasiado precipitada, demasiado engorrosa para ser emocionante, no cambia gran cosa.
Nadie puede decir lo que la (las) secuelas prevista(s) nos reserva(n), por el momento Kin, la primera contiene tres obras en una; una buena película social, un thriller pasable, y un mal comienzo para ser un película piloto de ciencia-ficción. Todo, excepto lo que su cartel quiere vendernos.
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