Khook (Pig) (2018), de Mani Haghighi. ¿De qué va?. Hay un asesino en serie de cineastas en Teherán. Aparecen decapitados, uno tras otro, mientras Hasan se pregunta por qué no es la próxima víctima. Tal vez porque pertenece al grupo de cineastas represaliados por el gobierno iraní, y tiene terminantemente prohibido dirigir una película. El mundo se derrumba a su alrededor, y su ego está en crisis. Hasta que se convierte en el principal sospechoso para la policía, y su madre entra en acción…
Sorprende que una película iraní se tome a broma la opresión y la censura que sufren los cineastas autóctonos. Ese “quitar hierro al asunto” puede caer simpático, sobre todo porque no estamos acostumbrados a ver comedias iraníes, y menos si están disfrazadas de thriller psicológico autoparódico. Sin embargo, a la excentricidad de la propuesta le corresponden unos resultados ridículos, torpes y pobres. No es una comedia sobre la vanidad herida, ni siquiera sus comentarios políticos parecen pertinentes (es explícitamente misógina). Imagínense una de Álvaro Vitali hablada en farsi, salpicada en sangre y candidata al Oso de Oro.
No estrenada aún en España, fue nominada a mejor película en el último Festival Internacional de Cine de Berlín.
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