Firmado por Luc Besson y Richard Wenk, el guión es una locura: durante la guerra en la ex-Yugoeslavia, un grupo de soldados americano tratan de encontrar un tesoro de guerra nazi, escondido en las ruinas de un pueblo engullido por las aguas. No es ni buena, ni malo. Sólo increíble, difícil y muy tedioso.
Nos imaginamos la agonía de los guionistas, enfrentados sobre el papel, a un grupo de los Navy Seals –la unida de élite de la marina estadounidense-, en pleno conflicto de Bosnia, en 1995. ¿Como atraer a las multitudes con unos militares que en diez películas, al menos, alardean de sus hazañas?
Bajo la línea de flotación
Es siempre la faceta infantil a la que Luc Besson regresa para encontrar una "buena idea". ¿Cuáles son los sueños permanentes de niños y niños? La caza del tesoro, seguro. No hace falta remontarse a los lejanos templarios o a los piratas a lo Johnny Depp: la reconstrucción costaría demasiado. Unos lingotes de oro, robados en Francia por los nazis durante el fin de la II Guerra Mundial, será más que suficiente. Pero ¿dónde escondieron esos bastardos el tesoro? En una ciudad secreta. ¿Por qué secreta? Porque se encuentra bajo las aguas. ¿Cómo? Gracias a los actos de la resistencia yugoslava que, en 1945, destruyeron un embalse que ahogó al oro y a los nazis... Eso está bien: el comprometido director, Steven Quale, colaborado habitual de James Cameron, trabajó mucho en Titanic: los fondos marinos le son muy familiares.
Ninguna sombra, ninguna sorpresa
Ahora se trata de inyectar un poco de lógica en una historia que obviamente no tiene ninguna. Entonces, en Sarajevo, cinco miembros prominentes de los Navy Seals, con el pretexto de una entrevista, eliminan -un poco menos discretamente de lo esperado- a un detestable general serbio. El más encantador de ellos, Stan (Charlie Bewley) coquetea con una hermosa joven, Lara (Sylvia Hoeks), quien le revela el secreto de su abuelo: este pueblo bajo las aguas donde los lingotes de oro esperan que alguien los devuelva a la superficie. Valor aproximado: 300 millones de dólares. La mitad para él y sus amigos, la otra para ella, destinada a la causa que defiende. Porque lo bello es patriótico: ella milita por la independencia de Bosnia...
Si aceptamos este punto de partida sorprendente (esperamos que el coguionista Luc Besson haya sido bien pagado por sus buenos y leales servicios), seguimos sin aburrimiento ni pasión, esta película de aventuras ni mejor ni peor que tantas otras. Cada plano no dura más de tres segundos, por supuesto. La música es a la vez atroz y omnipresente. Los estadounidenses son excelentes y generosos, los serbios, sádicos y delincuentes a la perfección. La visión política es la imagen de la puesta en escena: totalmente nula. Entre dos cabezadas reparadoras, nos despertamos (rara vez) para las (raras) apariciones de J.K. Simmons. Encarnó, como se recordará, el director de orquesta sádico sádico de Whiplash de Damien Chazelle, en 2014. Aquí, grita, insulta, amenaza. Una vez más, es perfecto.
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