¿Vale la pena una constante inclinación de sombrilla? ¿Cómo reaccionar ante un acosador con medias blancas? ¿De verdad tenemos que hacer todas estas preguntas mientras vemos la última película de Emmanuel Mouret, una brillante, deliciosa y agridulce comedia con interpretaciones memorables sobre la sofisticada venganza de una mujer seducida y luego abandonada.
El encantador marqués de Les Arcis colecciona las conquistas, pero su última víctima, la inteligente viuda Madame de la Pommeraye, es consciente de ello, no piensa caer en sus redes y se lo hace saber, invitándole no obstante a probar suerte, en una especie de ajedrez sentimental y cortesano. Así comienza, en pleno siglo XVIII, en una apacible campiña que rodea una mansión, la excelente Mademoiselle de Joncquières, último largo del sutil Emmanuel Mouret, presentado en la competición Platform del 43er Festival de Toronto.
Rodando por primera vez en su carrera una época distinta a la contemporánea, con esta libre adaptación de un episodio de la satírica Jacques el fatalista y su maestro (Jacques le fataliste et son maître, 1796), de Denis Diderot (que ya inspiró la muy diferente Las damas del bosque de Bolonia (Les Dames du bois de Boulogne, 1945), de Robert Bresson), el cineasta francés ha descubierto un territorio en el que su extravagante y lúdica tendencia a la exploración de las complejidades del amor y su gusto por los enfrentamientos verbales lindantes con la comedia se expresa a la perfección.
Mademoiselle de Joncquières es una cruel y deliciosa tragicomedia que se mueve con esplendor sobre el hilo de un relato en el que se entrelazan de forma estrecha el fuego y el hielo, el corazón y la mente, el espectáculo de las apariencias y las maniobras subrepticias. Todo un regalo para los amantes de los duelos verbales, laa película entra en una intensa resonancia con los tiempos actuales, pues los juegos y tormentos del amor trascienden los siglos. Avanzando con un consumado dominio de las elipses temporales, y puesta en escena con una fluidez muy controlada y nunca ostentosa, la cinta marca claramente una etapa de madurez para un cineasta muy talentoso que gana solidez con cada nuevo trabajo.
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