Su mujer ha abandonado el hogar, un colega se suicida. Pero ante sus hijos, debe permanecer impasible
Ella se fue. Así, sin previo aviso. Ella no fue a recoger a los niños a la escuela, cogió sus cosas y no dejó nada, ni una palabra, ni una letra, solo el vacío y las preguntas. Olivier, su esposo, no anticipó nada, abrumado por su trabajo de capataz, más preocupado por el malestar de su equipo y por la presión de sus superiores que la melancolía de su esposa. Esta hermosa y sensible película asi como vibrante, seleccionada en la Semana de la Crítica del último Festival de Cine de Cannes, se abre, además, al caso de uno de los colegas de Olivier, considerado demasiado viejo, demasiado débil y no demasiado bueno. La empresa no tiene tiempo de despedirlo: el hombre se suicida antes. Esta tragedia inaugural, como una herida abierta desde el principio, establece el tono de la película: un delicado equilibrio, pero dignamente sostenido, entre los grandes dolores y la tristeza cotidiana, entre el calor de los vínculos emocionales y los fríos rigores de las vidas comunes, todo una red de opuestos y restricciones, injusticias, enojo, ternura y desgaste.
Este suicidio, alrededor del cual todos se reúnen y tratan de apoyarse mutuamente ¿Ha tenido algo que ver en la marcha de la esposa de Olivier? Marchar, para no dejarse devorar por el murmullo insistente de la depresión era quizás la única opción posible. Guillaume Senez (quien ya nos gustó en su la primera película, 9 meses (Keeper), en 2015) deja la explicación en suspenso y se contenta con algunas escenas sobrias, suaves o duras, con la joven, al comienzo de la historia: la lectura de un cuento ingenuamente optimista para sus dos hijos, una solitaria crisis de lágrimas, entre las paredes de su cuarto de baño, o un desmayo brutal, en la tienda donde trabaja. Algunas pistas y luego se van, dejándonos solos con Olivier y su descendencia, que no sabe qué hacer, al principio, como una versión contemporánea de Dustin Hoffman de Kramer contra Kramer (Kramer vs. Kramer, 1979). Olivier es Romain Duris, en uno de sus papeles más hermosos hasta la fecha. Él da vida con fervor a este héroe falible, pivote esencial, profundamente verdadero y entrañable, en la intersección de lo íntimo y lo social. Hoy en día, hay pocas obras que combinan realidades, internas y externas, la crónica de una familia sacudida y el cuadro de solidaridad y tensión dentro de una empresa, que cuenta, aquí, mucho más que un decorado. Nos batailles es una película sutil y fuerte sobre el mundo del trabajo, su flujo diario de energía, sus sacudidas, pero también la furtiva violencia de la administración moderna.
De un extremo a otro todo suena bien: el afecto eléctrico entre Olivier y su hermana, la actriz (Laetitia Dosch, luminosa), la angustia soñadora de los dos niños pequeños, la otra hermandad de la historia... A su vez, todos a su manera, estos simpáticos personajes se tambalean, se caen y se levantan para aprender a luchar juntos, todas sus batallas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario