Pierre Schoeller cultiva también su gusto por las parábolas. Recordamos los metafóricos accidentes de tráfico que aparecía en El ejercicio del poder y fuerzan a su heroico ministro a mantener el tipo, costase lo que costase. En esta ocasión, la escena de la demolición de la prisión de la Bastilla, piedra a piedra, y la vuelta del sol a las calles durante tanto tiempo mantenidas a oscuras por la fortaleza, una oleada de luz - de la Ilustración-, es de una gran belleza. Así como la aumento gradual y legítimo del deseo de justicia por parte de los parisinos, con la masacre del Campo de Marte (Champ-de-Mars) 1791, punto de partida para la abolición de la monarquía.
En la última parte, seguimos los apasionados debates en los que se ve desfilar por la Asamblea, a todos los diputados más ilustres y renombrados: Marat, Robespierre, Saint-Just… estos discursos históricamente exacto, no han perdido nada de su vitalidad, ni de su modernidad. En la hora del liberalismo triunfante, del "solidaridad cuestionada" en Occidente y de la "relativa reconquista" de la libertad en algunos países árabes, se saluda a esta película en la que el pueblo levanta la cabeza con orgullo esperando tiempos mejores.
En la última parte, seguimos los apasionados debates en los que se ve desfilar por la Asamblea, a todos los diputados más ilustres y renombrados: Marat, Robespierre, Saint-Just… estos discursos históricamente exacto, no han perdido nada de su vitalidad, ni de su modernidad. En la hora del liberalismo triunfante, del "solidaridad cuestionada" en Occidente y de la "relativa reconquista" de la libertad en algunos países árabes, se saluda a esta película en la que el pueblo levanta la cabeza con orgullo esperando tiempos mejores.
La Revolución francesa, a menudo, ha sido reducida en el cine, al simple catecismo revolucionario. Estrenada con demasiadas pistas, Pierre Schoeller se dispersa, a riesgo de parecer confusa. Su película aporta nuevos conocimientos (sobre el papel decisivo de las mujeres, en particular), pero peca de falta de ficción. Hay ritmo, canciones, profusión de personajes, pero todo va demasiado rápido, todo resbala. En frente al ladrón de pollos, al vidriero, las lavanderas, tenemos la sensación de asistir a un tráiler, sin poder engancharnos a ninguno de ellas. No estamos seguro de que el elenco, compuesto de cabezas estrelladas, sea un activo...
Paradójicamente, el más cautivador, el más nuevo, no es el pueblo, sino el rey (Laurent Lafitte), lejos de las caricaturas habituales. Y la política, que ya estaba en el corazón de la anterior película de Pierre Schoeller, El ejercicio del poder. Las intervenciones de los diversos diputados, los debates en la Asamblea, que están bien documentados, hacen que la película sea un fracaso interesante. Pero un fracaso de todos modos.
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