Adiós a las armas (A Farewell to Arms), basada en la novela homónima de Ernest Hemingway, es una magnífica película dramática que sorprende con su libertad. El amor es más fuerte que la guerra: este es el mensaje de esta película dirigida por Frank Borzage en 1932 y reestrenada en cines en una versión restaurada. Gary Cooper está espléndido.
En primer lugar, esta película romántica situada en la Primera Guerra Mundial, en el frente italiano, fue una de las primeras víctimas de la aplicación del famoso código Hays, promulgado en 1930. Y, sin dar razón a los censores de la época, los entendemos. Pues el primer contacto entre el paramédico estadounidense encarnado por Gary Cooper y la enfermera (Helen Hayes) que se enamorará locamente no puede ser más tórrido. Debido a una alerta aérea, se encuentran uno contra el otro, en un sótano, en la oscuridad. Nunca se vieron, pero el hombre, muy borracho, agarra la pierna y el pie desnudo de esta chica en camisón, porque la confunde con otra...
Un final impactante
Al día siguiente, todo se aclara: ella es una enfermera soltera. Él la lleva bajo un árbol, y la abraza, la besa. Ella se deja hacer. Debajo de este árbol que Borzage filma como un jardín del Edén, el hombre del uniforme declama este discurso directamente: "Puede que mañana esté muerto, así que no esperemos y hagamos el amor de inmediato. Ella está de acuerdo..." Incluso hoy, la emoción es grande ante la libertad y la fiebre de sus abrazos.
Luego, Gary Cooper está espléndido, y sin embargo, no es él a quien Borzage quería. Para su trágica historia de amor, soñó con Claudette Colbert y Fredric March. Pero estaban comprometidos en otros trabajos, así que fue Cooper, que hasta entonces, sólo había rodado películas del Oeste y que, además, estaba muy intimidado por su compañera Helen Hayes, más bien actriz de teatro (lo que se ve un poco). Él, por otra parte, muestra una sensibilidad y naturalidad desarmantes en el papel de este hombre repentinamente arrebatado por una pasión que lo barre todo y lo empuja a desertar.
Y destacar: un final de los más impactante de las tristes historias románticas del cine. En una cama de hospital, un hombre y una mujer se prometen que NADA podrá separarlos, en ese momento, lo envuelve todo la música de Tristán e Isolda de Wagner y tocan demasiado tarde las campanas del armisticio. Para Borzage, el amor es un milagro, y su puesta en escena exalta esa belleza celestial, religiosa. del sentimiento amoroso. La enfermera (vestida de blanco como una eterna recién casada) es un ángel con su uniforme inmaculado. Y reflejándose en esta puesta de escena lírica, la guerra se filma de una manera expresionista: repentinos arrebatos de violencia desde el cielo o una multitud compacta de sombras que se aprieta. La guerra es absurda, no identificada. ¿No es ella de este mundo? ¿O este amor absoluto de un camillero y una enfermera?
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