Nada falso, pero si una ristra de inexactitudes y omisiones... La película consagrada al flamante grupo Queen y a su fascinante vocalista, Freddie Mercury, propone la eterna pregunta planteada por los biopics: ¿La ficción inspirada en la realidad debe sustituir a la verdad? "Is this the real life? Is this just fantasy?… No escape from reality" ("¿Es esto vida real? ¿Es solo fantasía?... No hay escape de la realidad). Las primeras frases de la canción Bohemian Rhapsody resuenàn a la salida del biopic consagrado a Queen. Una película que se cimienta en la reconstrucción bastante estelar del concierto dado el 13 de julio de 1985, con ocasión del Live Aid, en el estadio de Wembley, lleno hasta la bandera (setenta y dos mil espectadores). Y visto en directo, por más de mil millones de teleespectadores de todo el mundo.
El éxito que vive Queen, incluso más que U2, multiplica una popularidad que ya no se detendrá. Y transforma a Freddie Mercury, bestia del escenario, en un ícono cuya muerte, seis años después del SIDA, lo convertirá en un mito.
"Rami Malek encarna a un Mercury más verdadero que el real"-se ha afirmado-, el día del estreno de la película, según una cronista entusiasta en una radio. parece ser que ella conoció al original de cerca, pero lo dudamos. Por supuesto, eso es también lo que afirman Brian May, guitarrista del grupo, coproductor y co-director artístico de la compañía con Roger Taylor, el baterista. Tienen todo el interés en ello, su actividad principal es mantener el mito, haciendo fructífero el legado de Queen, con ventas que aún son colosales y cuya popularidad y aura han alcanzado a la de los Beatles.
El original más seductor que la copia
Freddie tenía unos dientes característicos, sin duda, incluso podríamos afirmar que habría sufrido mucho al consolarse, ya que estos (incluidos los excesivos incisivos) eran el secreto de su extraordinario registro de voz. De ahí, justificar la inquietante prótesis que Malek se ha puesto, y que podría hacer creer, si la intención no fuera tan clara, una parodia... Ahora es habitual al final de los biopics, (re)descubrir al modelo, generalmente menos elegante que el actor elegido para encarnarlo. Aquí, es todo lo contrario: nos sorprende encontrar un Mercury (interpretando Don’t stop me now, en 1979) más seductor físicamente que el que nos propusieron durante las dos horas que dura la película. Porque el contraste entre el pato feo y el cantante extravagante debió ser ¿más marcado, más caricaturesco?
Que no se entienda mal: Rami Malek no es el causante, incluso hace un buen trabajo. Lo que él cree y el que más seguramente se le ha pedido. Porque si Bohemian Rhapsody fue concebida con la mayor dificultad (entre la deserción de Sacha Baron Cohen, originalmente elegido para interpretar al cantante, debido a profundos desacuerdos con el grupo, y el despido del director Bryan Singer, en pleno rodaje), también lo es, y sobre todo, porque ha estado bajo la supervisión estricta de las dos partes principales interesadas (en todos los sentidos del término).
Se puede admitir que es una ficción basada en hechos y personajes reales, con todos los atajos y arreglos para elaborar una bella historia que implica, siempre terminará, para la mayoría de los espectadores, hacer oficio de la verdad. Tal fue la historia del ascenso de Queen, tal fue el destino extraordinario y roto de Freddie Mercury. Excepto que si la película realmente logra este objetivo, lo hace sin profundidad, a la manera de una novela fotográfica animada, necesariamente diluida, donde solo los pasajes musicales tienen altura. Lo que podría ser el mensaje de la película.
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