El emperador de París (L'Empereur de Paris, 2018), una aproximación a la vida de Eugène-François Vidocq, de Jean-François Richet, espectacular pero falta de alma. Un fresco con ritmo, unas escenas plenas de acción... pero un Vincent Cassel no creíble.
Jean-François Richet comenzó su carrera con dos pequeñas maravillas que se desarrollan en los suburbios [Etat des lieus (1995) y la subversiva Ma 6-T va crack-er (1997)], ahora lo encontramos a la cabeza de unas de las producciones francesas más costosa del año. Un recorrido sorprendente, y alejado, sobre Eugène-François Vidocq, un delincuente que acabará convirtiéndose en jefe de la policía, bajo el reinado de Napoleón. Un Vidocq de película, ya había habido uno, realizado por Pitof en 2001, Vidocq: el mitos (Vidocq), espectacular e impactante, excesivo y efectista cuento gótico con un cierto éxito, protagonizado por Gérard Depardieu. Jean-François Richet busca claramente ser realista, en cuanto a decorados y vestuario. Realista y prágmático como su héroe.
Después de una enésima evasión de una galera en alta mar, Vidocq es encontrado, arrestado y acusado de un crimen que no ha cometido, propone un trato al jefe de policía: se une a ellos para combatir a la mafia, a cambio de su libertad. A pesar de sus excelentes resultados, provoca la hostilidad de compañeros del cuerpo así como del hampa, que ha puesto precio a su cabeza. Pero el hombre, incluso como policía justiciero, será un evadido perpetuo, en ninguna parte podrá estar tranquilo.
Todo esto lo sabemos, que no lo sentimos. Aunque tiene un buen ritmo y recorre París, desde sus bajos fondos hasta los oropeles del imperio, nada destaca realmente. No hay escenas sorprendentes, personajes destacables (sobre todo las mujeres, nada conseguidas) y un Vincent Cassel que parece no creérselo... En lo que mejora Richet es en la pura acción. como la larga escena de la batalla final en las catacumbas, donde James Thierrée (el actor que mejor hace su papel) como un húsar herido llega a emocionar. La personificación y el lirismo se echan de menos en este divertimento popular, honesto, pero al que le falta fuerza.
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