Esta ficción sensible y documentada sigue el proceso de adopción, desde la madre biológica hasta la futura madre, pasando por los servicios sociales. Elodie Bouchez y Gilles Lellouche están notables.
Theo, nacido bajo X, es confiado a la adopción por su madre biológica el día de su nacimiento. Alice, de 41 años, ha estado esperando durante diez años y muchos trámites para convertirse en madre adoptiva. Pupille (2018) es la historia de sus respectivos viajes a su reunión, un evento muy perturbador permitido por una cadena de trabajadores sociales dedicados: tres meses de suspense psicológico, tiempo verbal. Desde un largo trabajo de documentación, y gracias a una hábil construcción en la escritura del guión, Jeanne Herry teje un thriller afectivo, donde cada aspecto se vuelve vital para Theo, y donde cada palabra apoya a Alice en su enfoque.
Hay primero una reflexión dulce y pedagógica, ayudando a la madre biológica en la decisión y cada eslabón de servicio de bienestar social y la adopción de niños, atento a que un vínculo nuevo nazca con el recién nacido. Jeanne Herry rinde homenaje a aquellos funcionarios que descuidan a sus propias vidas, una ocultando su embarazo (Olivia Côte, magnifica) no hacer daño a sus contactos privados con los niños, los otros comiendo bombones siguen creyendo en la dulzura de las cosas (Sandrine Kiberlain, delicada). Lo novelesco penetra en todas partes: en una habitación de hospital, una oficina administrativa, hasta en la casa de acogimiento que da la bienvenida al bebé hasta que encuentre una nueva mamá. En ese papel, Gilles Lellouche, humanidad total, aporta una calidez sensible y preocupada cuando, de repente, el pequeño Theo pareces sufrir una crisis de apego. Y, luego, está Elodie Buchez, cuya voz temblorosa de despecho o felicidad, restaura, sola, el difícil y luminoso camino de una adopción. Pupille ofrece, entre otras muchas cosas, esta emoción: el renacimiento de una gran actriz.
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