Los thrillers se utilizan a menudo para transmitir mensajes políticos como quien no quiere la cosa. Este es recientemente el caso de Who Killed Lady Winsley (Qui a tué Lady Winsley, 2019), aún no estrenada en España, en la que el director Hiner Saleem defiende la causa kurda.
El universo del cine "negro" siempre ha permitido a los artistas denunciar las sociedades ocultas y la censura que prohibe. Nadie mejor que Dashiell Hammett, en su novela Cosecha roja (Red Harvest, 1929), ha sido capaz de retratar los vínculos tejidos en Estados Unidos entre políticos y gansters. Y sin la protección del thriller, Howard Hawks no podría haber abordado, sin haber sido censurado de inmediato, el incesto del hermano y la hermana en Scarface (el primero, el mejor, el de 1932, con Paul Muni). O, en El sueño eterno (The Big Sleep, 1946), la decadencia de una burguesía gangrenada por el mal.
Recientemente, el thriller ha servido a muchos directores audaces, ansiosos por desafiar los tabúes de sus países. En El Cairo confidencial (The Nile Hilton Incident, 2017), Tarik Saleh imagina, en la plaza Tahrir, justo antes de que comience la revolución egipcia, a un policía algo menos corrupto que otros, que se obstina, y él mismo no entiende por qué, en perseguir por asesinato a un magnate de los negocios, cercano al hijo del presidente Hosni Mubarak.
Lo mismo ocurre con el asesino de Black Coal (2014). Y para el asesino en serie cazado por un obstinado vigilante, pero torpe, de The Looming Storm (Bao xue jiang zhi, 2017). Estos dos películas sombrías y tormentosas permitieron a dos cineastas chinos (Yinan Diao con Black Coal y Dong Yue con The Looming Storm) rescatar, sin que las autoridades se dieran cuenta, a seres que olvidados por el poder, sobrevivientes en provincias abandonadas. "Vestigios innecesarios de una nación gloriosa", según Dong Yue...
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