Obra maestra poco conocida... Ragtime es la mejor película de Milos Forman.
Casi invisible desde su estreno en 1981, este panfleto del director checo sobre la historia norteamericana del siglo XX, aparece de nuevo en una versión restaurada. Es momento de rehabilitarla.
Entre dos flamantes y bien logrados éxitos, las famosas Hair en 1979 y Amadeus en 1984), Milos Forman firmó su película estadounidense menos conocida y, en nuestra opinión, la mejor: Ragtime. Un fresco histórico de más de dos horas y media sobre los Estados Unidos de la Belle Epoque America, una película coral y comprometida que combina con virtuosismo el destino de tres familias de Nueva York, de tres entornos sociales diferentes, durante una década, desde 1902 hasta 1912. El legendario productor italiano Dino De Laurentiis, cómplice de Fellini y Visconti, contrata al director de Vuelo sobre un nido de cuco (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), después de enfrentarse a Robert Altman por el montaje de Buffalo Bill y los indios (Buffalo Bill and the Indians, 1976) que produjeron juntos.
Frivolidad y violencia
Después de una llamada telefónica a su amigo Bob, quien confirma que nunca más quiere volver a trabajar con Dino, Milos Forman está trabajando para adaptar el éxito de ventas de E.L. Doctorow, Ragtime, una novela farragosa que mezcla figuras históricas de principios del siglo XX (Roosevelt, Freud, Houdini o el banquero J.P. Morgan) con los héroes de una ficción sobre la balbuceante lucha de clases. Forman centra la trama en tres personajes: un pianista negro, un inmigrante judío y futuro cineasta (autorretrato, apenas disimulado) y una joven actriz feminista adelantada a su época. Tres "minorías" en busca de la emancipación.
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James Cagney en Ragtime (1981) |
Como Forman tiene por costumbre, el reparto no tiene estrellas, con la notable excepción del joven octogenario James Cagney, que vuelve a la pantalla después de veinte años de ausencia. Disparando el presupuesto hasta los 27 millones de dólares, casi tres veces más que cualquier película de Hollywood de la época, cien actores, mil extras, incontables decorados, construidos en parte en los estudios de California, pero también en Inglaterra, donde se reconstruyen calles enteras de Nueva York como Madison Avenue, con caballos y barro, o la biblioteca JP Morgan, donde se lleva a cabo la escena final.
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Elizabeth McGovern en Ragtime (1981) |
Con su desmesurada ambición y proporciones de epopeya, Ragtime, una anacrónica y enfermiza gran película, pertenece a ese género decadente y grandioso que, junto con La puerta del cielo (Heaven's Gate, 1980), de Michael Cimino, que llevó a la bancarrota a United Artists, supuso el final del nuevo Hollywood y del reinado de los autores. Una coincidencia emocionante: la película de Forman, estrenada un año después del amargo fracaso de Cimino, puede considerarse como su continuación, ya que sigue el curso de la historia de los Estados Unidos, precisamente donde termina La puerta del cielo.
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Pat O'Brien, Robert Joy y Billy J. Mitchell in Ragtime (1981) |
Miseria y opulencia, frívolidad y violencia: a través de la rebelión de un artista negro humillado, la obra maestra de Milos Forman ofrece un retrato ambiguo de una América a la vez, tierra de esperanza y segregación. No hay maniqueísmo en esta epopeya donde el bien y el mal cambian de bando durante la película, donde la complejidad de los seres y la realidad se toma su tiempo para desarrollarse. Amputado unos veinte minutos por el productor, para disgusto de Milos Forman, Ragtime divide a la crítica estadounidense y no encuentra a su público, que nunca se siente cómodo con las obras demasiado críticas de su historia, especialmente de un cineasta inmigrante Casi invisible desde su lanzamiento, Ragtime sale en versión restaurada. Es hora de poner a esta oda a la insumisión en el lugar que se merece.
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