En el atormentado mundo del director del El séptimo sello, ella representó la mujer tentadora, radiante, moderna, feliz. Por lo demás, inolvidable.
La actriz sueca murió el 14 de abril de 2019, a los 83 años. Sus comienzos delante de la cámara son legendarios: en 1953, Bibi Andersson trabajó en el anuncio publicitario de un detergente, inspirado en un cuento de Andersen y dirigido por Ingmar Bergman. Bajo el signo de la belleza y una cierta fantasía, inició una carrera en la que iba a ser uno de los espíritus bergmanianos, pero de una manera única: ese alma voluntariamente torturada siempre encontró una luz beneficiosa al filmar a esta actriz rubia a la que convirtió en la imagen de la alegría de vivir.
Bibi Andersson en El séptimo sello |
En 1955, cuando contaba sólo veinte años, él la invita a entrar en su universo de cineasta con Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens Leende), una maravillosa película, una comedia sobre el amor, siempre fugaz pero vertiginoso, entre dos amantes que viven juntos en Malmö y que saben algo al respecto.
Bibi Anderson en En el umbral de la vida |
En las películas serias que rueda a continuación El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) y Fresas salvajes (Smultronstället, 1957), en medio de las amenazas planteadas por la muerte y el paso del tiempo, Bibi Andersson sigue siendo el brillo de la juventud y la vida. Paciente en una maternidad, después de querer perder el hijo que llevaba, vuelve a encontrar la fuerza de la felicidad En el umbral de la vida (Nära livet, 1958). Y en El rostro (Ansiktet, 1958), en la que un mago e hipnotizador, jefe una compañía de artistas ambulantes, asusta a los materialistas burgueses, ella es la criada que cautiva los corazones y se va con la compañía de saltimbanquis. Luego le siguen dos verdaderas comedias, El ojo del diablo (Djävulens öga, 1960) y ¡Esas mujeres! (För att inte tala om alla dessa kvinnor, 1964), donde el amor puede continuar, gracias a ella, a ser explorado con ligereza.
Bibi Andersson en Fresas salvajes |
Fascinante frente a Liv Ullmann
En Persona (1966), Bibi Andersson ofrece una presencia y belleza diferentes: más madura, se convierte, frente a Liv Ullmann, en una mujer astuta, moderna, problemática y absolutamente fascinante. Desde luego, es a ella a quien Bergman apela para que sea la amante que trata de devolverle la dulzura al hombre atormentado de La carcoma (Beröringen, 1971), donde ama a dos hombres interpretados por Eliott Gould y Max von Sydow, se divierte, en una entrevista, con las manías de Bergman, que lleva la misma ropa y come la misma comida para bebés desde que ella lo conoce. Su cariño, su ternura, dice en una carcajada.
Bibi Andersson y Elliott Gould en La carcoma |
Cuando Bergman, el año siguiente, reúne a mujeres que sufren en la célebre Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972), no llama a Bibi Andersson. Ella tiene, en sus ojos, una feliz energía luminosa, lo que su carrera a horizontes internacionales: en los Estados Unidos o en Francia, respectivamente, dará la réplica Paul Newman, en Quinteto (Quintet, 1979), de Robert Altman, o a Alain Delon en Aeropuerto 80 (The Concorde... Airport '79, 1980). Sin embargo, ningún papel, protagonista o de reparto, como en El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987), borrará la huella de Bergman, su más bella relación amorosa con el cine.
Bibi Andersson y George Kennedy en Aeropuerto 80 |
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