La cámara de Rodrigo Sorogoyen sigue a un político español sospechoso de corrupción. Está firmando una película de altos vuelos, un thriller original en el que la moral es ignorada.
"¡Calma, calma! La exhortación regresa como un leitmotiv en el corazón de los disturbios y otras broncas que salpican esta emocionante película, donde los espíritus se calientan rápidamente. La razón es la conmoción que sacude a un gran partido político en España, muchos líderes son sospechosos de corrupción. Entre ellos, Manuel López-Vidal (Antonio de la Torre, impresionante en ese poder medido y fría determinación), un ejecutivo influyente, bien peinado, de traje bien cortado, vestido elegantemente. Este es el posible delfín de un presidente regional, con quien lo vemos almorzar al comienzo de la película. El verano resplandece, el sol todavía brilla.
En este restaurante junto al mar, se encuentra toda la camarilla, una alegre panda de líderes arrogantes, un poco tosca, llamativa, ebria de impunidad. Manuel (Antonio de la Torre), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a favor para dar el salto a la política nacional, observa cómo su perfecta vida se desmorona a partir de unas filtraciones que le implican en una trama de corrupción junto a Paco, uno de sus mejores amigos. Mientras los medios de comunicación empiezan a hacerse eco de las dimensiones del escándalo, el partido cierra filas y únicamente Paco sale indemne. Manuel es expulsado, señalado por la opinión pública y traicionado por los que hasta hace unas horas eran sus amigos. Aunque el partido pretende que cargue con toda la responsabilidad, Manuel no se resigna a caer solo. Con el único apoyo de su mujer y de su hija, y atrapado en una espiral de supervivencia, Manuel se verá obligado a luchar contra una maquinaria de corrupción que lleva años engrasada, y contra un sistema de partidos en el que los reyes caen, pero los reinos continúan.
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