Mario Bava, el maestro del giallo vuelve a la pantallas. Intriga criminal, vikingos...: prueban de que el italiano podría asustarnos con cualquier tema.
El cine, para él, era el arte del miedo. El gran Mario Bava (1914-1980), una retrospectiva en cuatro películas. Cuatro lecciones de terror que deben inscribirse entre nuestras obligaciones vacacionales.
1.- La furia de los vikingos (Gli Invasori, 1961). Fue la tercera película del director. El universo de los guerreros nórdicos está, por supuesto, muy lejos del giallo, la serie negra en versión italiana de la que Mario Bava hizo su especialidad. Pero en estas aventuras donde el exotismo bárbaro se recicla por la fantasía de un gran espectáculo a la antigua, hay una tensión pura: la garra del cineasta. Alrededor de una serie de cruentas batallas, la película narra cómo Harald, el rey de los vikingos, muere durante una batalla contra los britanos. Uno de sus dos hijos, Eron, es puesto a salvo, mientras que el otro, Erik, es adoptado por Alicia, la reina de Britania. Veinte años después, Eron encabeza la ofensiva vikinga contra los britanos y, por otro lado, Erik está al mando de la flota real de Britania. Los dos jóvenes desconocen su verdadera historia y se enfrentarán para defender sus respectivos bandos. Luego, se enamoran... ¿de la misma mujer o de dos mujeres? Las abundantes aventuras del guión son respetadas por la puesta en escena, lo que refuerza las apuestas: los hermanos son los dos lados de la misma historia, las dos mujeres son una. Domina el sentido de confinamiento, que se encuentra en otras formas en todas las películas de Mario Bava.
2.- La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo, 1963). Película que, a principios de los años 1960, establecía algunos de los códigos temáticos del subgénero de terror y thriller de origen italiano posteriormente denominado "giallo", que luego se popularizó en los años setenta. Rodada en blanco y negro, con una trama de misterio que roza lo rocambolesco y por momentos se vuelve incomprensible. La joven americana Nora Davis (Leticia Román), amante de las novelas de misterio (conocidas como giallo, en italiano, amarillo, por el color con el que se publicaban) va a visitar a su tía enferma en Roma. La misma noche de su llegada la anciana muere y, al no funcionar el teléfono, decide ir a buscar ayuda a la calle, donde un hombre la atraca y la hace perder el conocimiento. Nora recobra el conocimiento durante varios segundos, suficientes para ver cómo una mujer es asesinada a pocos metros. Al día siguiente nadie creerá a Nora, aunque ella, ayudada por el médico de su tía, decidirá encajar las piezas de todo lo que ocurrió esa noche... Leticia Román recuerda un poco a una de las musas por excelencia del terror italiano, Barbara Steele.
3.- Las tres caras del miedo (I tre volti della paura, 1963), una película de episodios, tres cuentos de terror con mujeres amenazadas por llamadas misteriosas, vampiros en las estepas rusas y sangrientas venganzas: El teléfono: una mujer, que vive sola, comienza a recibir inquietantes llamadas. Al otro lado del teléfono, una voz masculina profiere amenazas de muerte y de deseo. Aunque, en principio, todo parece una broma... Los Wurdalak: el viajero ha encontrado el cadáver de un hombre apuñalado. También una sombría mansión y, entre sus habitantes, una bella mujer. Y esa noche se cumple el plazo: si el señor del lugar regresa pasada la medianoche vendrá convertido en Wurdalak, horrible ser sin vida que se alimenta de la sangre de sus víctimas... La gota de agua: una anciana espiritista muere mientras intentaba comunicarse con el Más Allá. La enfermera que la atendió roba un valioso anillo al cadáver. A partir de ese momento sufrirá la venganza de la difunta... Una antología impresionante que cuenta con un espléndido Karloff como protagonista y que sirvió de inspiración para una de las bandas más importantes de la historia del metal (Black Sabbath).
3.- Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l'assassino, 1964). Filmada ya en color, su puesta en escena se engrandece gracias a la variedad cromática utilizada por el director, quien se aprovecha de sus conocimientos y habilidades visuales (recordemos que Bava, antes de su labor como realizador, ejerció como uno de los más reputados directores de fotografía de la cinematografía italiana) para ofrecer auténticas postales de lo macabro ante una de las principales señas de identidad de la película tanto en su concepto como posterior semilla para los gialli: la perturbadora, estudiada y meticulosa concepción de los asesinatos, con una minuciosidad en su puesta en escena impropia para la época, que dejaba en evidencia el talento innato de Mario Bava para el dibujo del terror. En esta ocasión el director nos traslada a un salón de moda ubicado en un gran caserón de las inmediaciones de Roma, regentado por Cristina y Max, la pareja de amantes que parecen tener a su disposición a una serie de modelos con quien realizar sus trabajos. El inhóspito lugar despertará el interés de la policía cuando en él comiencen a sucederse una serie de asesinatos que destapará una trama de codicia, chantajes, drogas y una de esas cualidades que envolverán a muchos de los personajes de la filmografía del director romano: la mezquindad.
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