Su carisma ha estado iluminando pantallas durante veinticinco años. Resistente en la comedia dramática Jojo Rabbit, en los cines españoles el 24 de enero; esposa desilusionada en Historia de un matrimonio (Marriage Story, 2019), en Netflix, y la increíble superheroína del universo Marvel, Scarlett Johansson se atreve a hacer todo. Y reclama la libertad de expresión... lo que podría costarle la estatuilla.
Un nombre de pila con sabor a miriñaque, el de la heroína de Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, 1939). La voluptuosa gracia de Marilyn Monroe, el picante erotismo de Brigitte Bardot. Y el cabello rubio de ambas. A primera vista, Scarlett Johansson se parece a la hermana pequeña de todos los mitos del cine femenino, la reencarnación muy carnal del glamour a la antigua. Una ardiente bonanza para los nostálgicos productores de Hollywood de una pasada época dorada, una en la que las actrices que crecieron bellamente encorsetadas por el deseo de los demás. Deseable, ciertamente lo es. Y estrella, en todos los sentidos.
Pero detrás de este delicioso trampantojo, esta neoyorquina, hija de un arquitecto danés y una madre pura del Bronx de origen judío polaco, está construyendo en silencio otra leyenda. Película tras película, parece querer separar uno por uno los clichés que se adhieren a sus generosos activos. Nada radical ni provocativo. Se trata de elecciones artísticas, de presencia. Es el florecimiento inexorable y lento de una hermosa planta que hemos visto crecer en la pantalla.
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