Isabelle Huppert, la criatura
Godard ha hecho durante mucho tiempo un cine coral, mezclando increíbles cócteles de actores. Huppert, por otro lado, es más solitaria, hecha para hacer películas sola a través de personajes que, como las heroínas de La encajera (La Dentellière, 1977) o Elle (2016), no son responsables ante nadie, con panda aparte... Juntos, el cineasta y la actriz, sin embargo, lograron hacer dos películas que se encuentran entre las más bellas y que parecen más decisivas para él que para ella.
Al principio de una carrera que comienza a valer su peso en oro, la joven Huppert llega a la casa de Godard de puntillas. En 1980, en Salve quien pueda, la vida (Sauve qui peut (la vie)), se llama Isabelle. Prostituta de hoteles de lujo, se entrega a una orgía esencialmente lingüística, porque todo se desarrolla en el diálogo: un concepto muy godardiano del que la actriz fácilmente hace su arma. Consolidada, ya ocupa su lugar en este cine que es voluntariamente abstracto. Ella es la que se resiste, como la otra Isabelle a quien encarna en Pasión (Passion, 1982), una trabajadora en una revuelta. Alrededor de estos dos "personajes", Godard hace gravitar una figura de cineasta, un papel confiado primero a Jacques Dutronc en Sauve qui peut (la vie), luego a Jerzy Radziwilowicz en Pasión. A partir de entonces, todo se confunde, el arte y el dinero circulan, el sexo y quizás los sentimientos se intercambian de contrabando... Así, su unión, fugaz, habrá sido sellada: Huppert es una traficante para Godard, él mismo apasionado por todos los tráficos. Juntos, a principios de la década de 1980, ambos se mezclaron con el cine: volvió a él, se instaló allí, cada uno surfeó en una nueva ola, el cruce de sus trayectorias produjo energía, ideas, vida, deseos. Antes de dejarlo e ir cada uno por su lado.
Isabelle Huppert y Jerzy Radziwilowicz en Pasión (1982) |
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