Maniac (1934), de Dwain Esper
Hay tres películas de culto tituladas Maniac (cuatro, si contamos la reciente y rarísima serie para Netflix de Cary Fukunaga: parece que nada puede escapar de la extravagancia total si se titula así). Una es el clásico gore de William Lustig y Larry Cohen de 1980, con alma de grindhouse neoyorkino y protagonizada por Joe Spinell, tan brutal y perversa que el mismísimo Tom Savini, encargado de los efectos especiales, la repudió. Otra es su extravagante remake de 2012, producido y protagonizado por Elijah Wood, de una belleza apabullante y rodado íntegramente en cámara subjetiva.
Pero la más rara de las Maniac es esta ignota producción de 1934, ya en dominio público, que dirigió Dwain Esper, padre de la exploitation moderna y responsable de títulos como la también de cultísimo Marihuana (1936)o la instructiva How to Undress in Front of Your Husband (1937). Con solo 7500 dólares de presupuesto se inspiró remotamente en un par de cuentos de Edgar Allan Poe para dar forma a la historia de un actor que suplanta a un científico que afirma haber dado con la fórmula para reanimar muertos, enloqueciendo en el proceso. Ultragore de los años treinta, experimentación involuntaria y locura general en una película que solo encontró el éxito cuando fue retitulada como Sex Maniac, años después de su estreno.
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