Loquilandia (Hellzapoppin', 1941), de H.C. Potter
Aunque su secuencia más popular es esta demoledora exhibición de lindy-hop acrobático e Internet ha hecho mucho por difundirla y viralizarla, Loquilandia fue durante décadas solo un secreto a voces para los fans del cine de culto gracias a su gramática modernísima, en la que se rompe constantemente la cuarta pared, se mezclan géneros y se prescinde de un argumento al uso. Todo muy típico del estilo de music-hall en el que se basa, tan influyente en la comedia cinematográfica de entonces. Pero Loquilandia tiene un plus de chifladura, como avisa el inspiradísimo título en castellano.
Se inspira en un musical de Broadway protagonizado por los mismos cómicos que la interpretaron sobre los escenarios, Ole Olsen y Chic Johnson, que en una metapirueta, en la película intentan poner en pie la adaptación de su obra teatral. El proceso recuerda al ritmo -aunque no llega a sus cimas de abstracta genialidad- de las películas más locas de los hermanos Marx (cuyos orígenes, por supuesto, también estaban en el music-hall). En modo ametralladora de gags, que recuerda a formas posteriores de comedia como Aterriza como puedas, Loquilandia arranca con un tobogán que lleva al infierno y donde los artistas son torturados. Y a partir de ahí, sin frenos.
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