El Caíd era una película más bien tosca, y, sin el exhibicionismo desinhibido de Valentino, podría haber pasado inadvertidamente; pero, gracias a él, provocó una reacción fenomenal entre las mujeres y, de rechazo, otra de celos y animadversión entre los hombres, que perseguiría a Valentino toda su vida. La dureza de los artículos anti-Valentino de la revista Photoplay sigue resultando asombrosa. Pero el escándalo le convenía al estudio, que se apresuró a hacer trabajar a Valentino en cuatro títulos (estrenados todo en 1922), y de los cuales sólo Sangre y arena (Blood and Sand, 1922) era digno de él. En ella demostró una vez más su capacidad para madurar un personaje, para transmitir la sensación de desgaste provocado por el paso del tiempo y los reveses de las fortuna. Al principio de Sangre y arena es un muchacho alegre y feliz; al final, un hombre maduro, que ha conocido ya el éxito profesional y con las mujeres, y que acepta la muerte casi de buen grado.
Rodolfo Valentino en Sangre y arena (1922) |
En sus dos primeros años de estrellato se estrenaron nueve película interpretadas por Valentino, con lo que su popularidad aumentó meteóricamente. No obstante, se produjo entonces una pausa de otros dos año, en los que él y su mujer, la insaciable Rambova, se dedicaron a pelearse con los estudios. La Rambova no era, sin embargo, una figura tan negativa como se suele afirmar. Tenía toda la razón al oponerse a la explotación de la capacidad erótica e interpretativa de Valentino en vehículos tan mediocres como los que se le ofrecían. Era también una magnífica diseñadora. Su trabajo en Salomé (1922), interpretada por Alla Nazimov, puede considerarse "decadente", pero sus decorados y su vestuario aportaron a la película una unidad de estilo de la que, de no ser así, había carecido. Y, si estaba equivocada la creer que la teoría del cine como arte era aplicable en Hollywood, se trataba al menos de un error noble.
Rodolfo Valentino en El rajah de Dharmagar (1922) |
Cuando Valentino volvió a la pantalla, lo hizo con Monsieur Beaucaire (1924), con decorados y vestuario de la Rambova. La película no ha sido nunca demasiado apreciada, y probablemente habría sido mejor en caso de haberla dirigido un realizador más vivo y menos fosilizado que Sidney Olcott; pero, en muchos sentidos ofreció a Valentino una de las mejores oportunidades de toda su carrera. Demuestra poseer un notable sentido del humor, y, aunque posa y se mueve más como un bailarín de ballet que como actor, lo hace con un distanciamiento y una gracia que consiguen ganarse a los espectadores.
Doris Kenyon y Rodolfo Valentino en Monsieur Beaucaire (1924) |
(cont.)
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