El pasado 24 de noviembre de 2020 Netflix estrenó El cuaderno de Tomy, película argentina, dirigida por Carlos Sorín y protagonizada por Valeria Bertuccelli, Esteban Lamothe, Julián Sorín, Mauricio Dayub y Malena Pichot basado en la historia real de María "Marie" Vázquez.
María Vázquez (Valeria Bertuccelli) es una arquitecta que fue diagnósticada con cáncer de ovarios terminal y para afrontar lo que le queda de su vida decide comenzar a escribir un libro para que su hijo Tomy (Julián Sorín) de 4 años lo lea para cuando ella ya haya partido. Asimismo, se introduce en el mundo de las redes sociales, especialmente en Twitter, como una especie de vía de escape para atravesar de alguna manera ese momento angustiante y su historia de lucha contra el cáncer se vuelve viral, hasta el punto de llegar a medios gráficos y televisivos.
María Vázquez (Valeria Bertuccelli) es una arquitecta que fue diagnósticada con cáncer de ovarios terminal y para afrontar lo que le queda de su vida decide comenzar a escribir un libro para que su hijo Tomy (Julián Sorín) de 4 años lo lea para cuando ella ya haya partido. Asimismo, se introduce en el mundo de las redes sociales, especialmente en Twitter, como una especie de vía de escape para atravesar de alguna manera ese momento angustiante y su historia de lucha contra el cáncer se vuelve viral, hasta el punto de llegar a medios gráficos y televisivos.
Como bien dice el crítico argentino Diego Lerer, “Dentro de los límites específicos de este tipo de propuestas, Sorín logró resultados que superan lo esperable para historias que fácilmente tienden a derrapar hacía los Juegos Olímpicos del lagrimón”. Valeria Bertuccelli está como pez en el agua en esta madre sarcástica, ingeniosa y conmovedora. A pesar del planteamiento ateo sobre la muerte que tienen la paciente y su marido, hay una apertura a la trascendencia destacable en algunos personajes, como el de la doctora que le atiende, o uno de los mejores amigos del matrimonio. Pero lo que destaca más de la película es el retrato tan atractivo del matrimonio, el numeroso (y divertidísimo) grupo de amigos y el imaginativo Tomy.
En esta breve película hay de todo, como en esas largas horas de hospital. Hay momentos para recordar, llorar, jugar con el “chiquito”, despedirse, reír… Cada una de las escenas hace avanzar la historia y a un elenco de personajes cercanos que no fuerzan la sensibilidad del espectador, y que llenan de optimismo y emoción un drama que además resulta muy entretenido. En la última parte de la película hay un intento tendencioso de equiparar los medios de sedación terminal y la eutanasia. Finalmente, el discurso se resuelve aportando matices al conflicto gracias a un personaje que ofrece un punto de vista humanista y alejado de la visión sentimentalista habitual sobre la aceptación del dolor.
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