Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, describe tres días en la vida de un ama de casa, magistralmente interpretada por Delphine Seyrig. La vida de Jeanne Dielman, una joven viuda con un hijo, sigue un orden inmutable: mientras el muchacho está en la escuela, ella se ocupa de las tareas domésticas por la mañana y ejerce la prostitución por la tarde. Con una atención documental completa sobre aquellas actividades domésticas que el cine de ficción suele escamotear.
Si Chantal Akerman (1950-2015) fue uno de los rarísimos realizadores cuyo trabajo toma prestado tan felizmente de los géneros documental y de ficción, lo debe en parte al hecho de que nunca ha buscado disociar uno del otro en su práctica cinematográfica. "La gran diferencia", admitió en 2007, "es que cuando vas a rodar un documental, te vas sin guión y sin actores. Después, el documental filmado y editado, si no abre una brecha en la imaginación, si no se desliza hacia la ficción, entonces para mí no es un documental. En cuanto a la ficción, si no se convierte en documental, me resulta difícil pensar en ella como una película de ficción".
Destacar en su obra Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) el poseer un aura especial. No solo porque muchos comentaristas han querido y todavía quieren ver en él el manifiesto feminista de que no es; pero también porque la magnitud del gesto cinematográfico realizado hace cuarenta y seis años por Chantal Akerman no deja de cuestionar al espectador. Este trabajo juvenil asombrosamente maduro describe tres días en la vida de una ama de casa, viuda y madre de un niño, que mantiene a la familia con hombres en su habitación. Durante casi tres horas y media, la película la muestra realizando diversas tareas domésticas, aquellas que el cine de ficción se resiste a presentar y que en la mayoría de los casos solo representa de forma fugaz. Sacando la preparación de las comidas o el lavado de los platos de su supuesta insignificancia, Chantal Akerman nos los muestra desde las primeras escenas como gestos que participan en la cotidianidad ritualizada de un ama de casa. Y deja detrás de la puerta sus relaciones pagadas, que otros escritores de guiones habrían trabajado para exponer.
En una entrevista acordada con la revista Cinema 76 y disponible en el excelente sitio de la Fundación Chantal Akerman, el cineasta señala que un accidente de coche o un beso en primer plano son más altos, en la jerarquía de imágenes, que una mujer lavando los platos. Dando la espalda a los usos dominantes del cine de ficción, Jeanne Dielman se centra en los gestos y movimientos de su personaje principal (Delphine Seyrig), ofreciéndolos al espectador como acciones que vale la pena ver. Y se salta la actividad secundaria de esta mujer, para dar toda su atención a su higiene personal tras el su trabajo vespertino, seguida de la enérgica limpieza de la bañera en la que acaba de lavarse.
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